Columnista invitado
El bigote descolorido le titila junto a una sonrisilla estereotipada y torpona que, no obstante su esfuerzo por represarlos, persevera de manera patológica apenas ve a su ídolo de turno. Cierto, él nació con la columna vertebral de caña guadua (mansa, asustadiza), y se deslíe apenas ve al nuevo adalid. Pero en el caso del reciente caudillo no atina cómo acercársele para rendirle pleitesía: ¿una carta, un articulillo, uno de sus libracos, un retrato al carbón ejecutado por el artista pintor de su grupo de intelectuales que siempre vivieron en la ‘zona de confort’, acompañado de una esquela donde devele en su melifluo estilo de poetastro dulías a raudales y, obvio, sus limosneos?
Va a los recorridos del líder, acude a sus programas en las barriadas populares, todos hacen los mismo, repite en sus adentros; procura que lo vea, forcejea por estar en primera fila, pañuelo en mano, a fin de que el nuevo paladín repare en su lamentable presencia. Siempre fue así, solo que ahora está anciano y al retornar su vista halla una inmedible siembra de falsificaciones, ardides, delaciones, calumnias, estafillas, pero, sobre todo, su frustración porque nunca pudo lidiar con el politicastro que lleva adentro y que le condujo a ser el hazmerreír de sus amiguetes.
El otro admiró al cabecilla desde su infancia. Fue su compañero de escuela, colegio y universidad. Admiraba en el mandamás su desenfado, su memoria elefantiásica, su iracundia. Pero él leía más, pensaba más, era mejor que él. Pero la verdad es que el grandulón le seducía, seducción en la línea que lo pervierte todo, más fuerte que el poder porque esta es mudable, en tanto que el poder se pretende inmortal. Bochinchero que rehuía las golpizas, soberbio, roñoso, felón, el mandón tenía piel paquidérmica y locuacidad de perico feriante. ¿Por esto llegó a ser rey del país del Siempre Jamás y él uno de sus pajes?
Un día, al rey se le ocurrió llamarle lambón en diminutivo de cara al gentío que estaba presenciando sus edictos -gente traída como acémilas del pobrerío, masculló entre dientes el lamboncito-. Sin embargo, un escalofrío recorrió su frágil cuerpecillo cuando escuchó la alusión del rey. Desde ese día supo que le pertenecería para siempre. El resto de su vida se dedicaría a sahumar y glorificar todo lo que hacía,era el ideal de lo que nunca pudo ser. Pero algo subyacía en el fondo de su alma y le causaba escozores, si este cae –reparó-, vendrá otro y deberá seguir reptando .
Aduladores abundan, así reyes y reinas sean renuentes a sus desventuradas presencias. La realidad supera la ficción –verdad como una basílica-. Estos micro retratos no pueden ser más que ficción, pero seguirán nutriéndose de personajes imaginarios de ayer y de hoy, porque, en nuestro territorio, más fuerte que los volcanes y las iglesias, vuelve a imperar el silencio, anterior a la Historia.