Cuando se mira la serie de artículos de los últimos días en El Tiempo, la revista Semana y otros medios sobre la situación de las mujeres en Colombia, tenemos que reconocer que la gran mayoría de hombres, por no decir todos, somos unos “cafres”, que hacemos muy poco por cambiar esta realidad de violencia, desigualdad laboral, acoso sexual y no reconocimiento del trabajo que desarrollan en el hogar y su contribución a la productividad del país.
Es común escuchar, cuando se les pregunta qué hacen sus padres, que los niños y las niñas contesten que su padre trabaja y su mamá “no hace nada”, como si todo lo que hace no fuera trabajo y no pudiese ser reconocido como tal.
Quiero hacer un reconocimiento a las labores que la gran mayoría de mujeres ejecuta en los hogares y proponerles a todos los hombres que, por un día, por una semana, por un mes, intercambiemos los papeles en el hogar y que ojalá sirva para reconocerlo como un trabajo.
Hace algunos años, mi esposa fue intervenida por un embarazo molar que se complicó y fue tratado como un cáncer. En muy poco tiempo tuve que asumir todas las labores que ella desarrollaba en el hogar, levantarme a las cuatro de la mañana para alistar a mi hijo, al que lo recogía la ruta del colegio a las cinco y media. Después de que él se iba, dormía un poco, para luego levantarme nuevamente a hacer el desayuno, compartirlo con mi esposa, lavar la loza y arreglar el apartamento.
A mitad de la mañana hacía medias nueves y ya estaba pensando qué iba a preparar de almuerzo, y entre las diez de la mañana y el mediodía, me dedicaba a esta labor. Hacia la una y media de la tarde, hora en que llegaba mi hijo, almorzábamos y luego volvía a lavar la loza y ya estaba pensando en qué preparaba de onces y qué iba a hacer de comida. Después de las cinco de la tarde me dedicaba a hacer la comida, la servía a las ocho de la noche y terminaba de lavar la loza. A las nueve me disponía a ver el noticiero de la noche, pero me quedaba dormido por el cansancio que producía el trabajo en la casa, y eso que no lavaba ni planchaba ropa.
Cabe anotar que esta labor la desarrollé por un buen tiempo y comprendí que el trabajo en el hogar es muy “desagradecido”. También comprendí el “dolor de cabeza” que sufren muchas mujeres por las noches cuando quieren dormir y descansar y no desean ningún tipo de acoso.
Ratifico la propuesta para que intercambiemos los papeles en el hogar por unos días, que a nuestros hijos varones les enseñemos a lavar la loza y la ropa, a arreglar su cuarto y a que colaboren en las labores de la casa. De esta manera estaremos ayudando a comprender y a solucionar, en parte, la situación de la mujer en nuestra sociedad.
Desde luego, como algunos argumentarán, hay que hacer muchas cosas más y en este campo es importante consultar el Primer Informe Decenal de Cultura Ciudadana de Corpovisionarios, donde se plantean los problemas que genera la violencia en los hogares y se proponen algunas soluciones.
En el fondo, el origen y la solución de nuestra violencia y de la discriminación están en la forma en que nos relacionamos hombres y mujeres.