En 1710, el escritor irlandés Jonathan Swift escribió su famoso ensayo “El arte de la mentira política”. El documento contiene una frase que resume de modo magistral la realidad histórica de la política: “La mentira política da y devuelve cargos; preside los comités electorales; hace agua cristalina de la ciénaga; convierte al ateo en santo y al libertino en patriota; se confía a los ministros extranjeros; y hace subir o precipitarse el crédito de la nación”.
Trescientos años atrás, este genio de las letras vaticinaba el triste porvenir de la humanidad a manos de los políticos. A estas alturas nadie se sorprende ya de que los políticos sean percibidos mayoritariamente como mentirosos y aprovechadores, y no como personas que ejercen un cargo público al servicio de los demás.
La historia está plagada de grandes mentiras políticas que desembocaron en las guerras más crueles y en los regímenes más perversos que ha visto la humanidad. Desde el encubrimiento mediático del gobierno nacional socialista de los horrores del holocausto (más tarde descubiertos al mundo tras el espantoso arrasamiento del pueblo de Lídice), pasando por el ocultamiento de millones de víctimas a manos de Stalin o, algo más cercana, la tristemente célebre invasión a Iraq con el cuento de las armas nucleares. Pero la realidad histórica también ha estado plagada de mentiras menores, de falsas ofertas de campaña, de tramposas propuestas gobiernistas, de chantajes y extorsiones, de cifras manipuladas y del hurto a manos llenas, consuetudinario delito político.
A la luz de los acontecimientos, resulta casi obvio pensar que el ejercicio de la política, generalmente está reñido con la moral. Las reglas del juego, por la fuerza de la razón, obligan a sus participantes a ensuciarse las manos y engrasar la conciencia para alcanzar el objetivo. En consecuencia, los que aceptan entrar al juego, aunque guarden un prudente silencio, lo hacen en el entendimiento de que deberán rebasar los límites de la ética. Siempre habrán excepciones, pero éstas han sido tan aisladas en la historia que cuesta mucho trabajo rescatarlas de los escombros para recrearlas en la memoria. El desencanto de los jóvenes frente a la política tampoco debe sorprendernos. El impetuoso idealismo de la juventud termina diluyéndose en las aguas turbias y fangosas del poder. Las revoluciones, maravillosas y estúpidas utopías son un suspiro que degenera en halitosis sobre la línea histórica del tiempo.
En el mismo ensayo, Jonathan Swift dice: “Al igual que el más vil de los escritores tiene sus lectores, el más grande de los mentirosos tiene sus crédulos”. Crea usted en ellos, si así lo prefiere, yo me quedo, sin duda, con los libros que me cuentan mentiras y me alejan en silencio de los políticos.