La decepción aumenta en la medida en que van apareciendo los candidatos presidenciales. Parecería que después de cinco años de gobierno de la revolución ciudadana para la clase política nada ha cambiado. Las caras de antes, los mismos movimientos caudillistas, mal llamados partidos políticos, y el viejo lenguaje han regresado. El señor Lasso, que no arrastraba el peso del pasado y de quien se esperaba la propuesta de un nuevo modelo de Estado, se dejó llevar por la demagogia y empezó ofreciendo el aumento del bono solidario. Cayó así en su propia trampa y dio oportunidad al Jefe del Estado para plantear que sean los bancos los financistas, una vez que la sugerencia venía de uno de ellos. Este anuncio conlleva varios mensajes: que mejor para quien abomina del neoliberalismo y las formas de capitalismo, salvo el del Estado, que atacar a uno de sus más visibles exponentes. Segundo, no cabe competir con el candidato de Alianza País en el terreno que domina: la demagogia y el populismo. También puede interpretarse como la iniciación de la radicalización de la revolución del siglo XXI, que no debe pasar desapercibida para el sector productivo, hasta hoy satisfecho con los lucros que el gasto público les ha traído. El nudo de la horca se puede ir apretando y ahogar a otros grupos empresariales cuando disminuya el precio del petróleo y los ingresos no sean suficientes para mantener el clientelismo populista.
Dadas las circunstancias, la oposición debió haber diseñado una estrategia para captar la mayoría en la Asamblea Nacional y previamente comprometerse a predicar los valores democráticos que en el país se han perdido, restablecer el marco institucional, respetar la división e independencia de los poderes públicos y activar los instrumentos de control. Otra vez se van a salir por las ramas, sin enfrentar los temas fundamentales.
La vigencia del populismo se mantiene en la estructura económica del país. Se fortalece cuando el patriarca cuenta con ingresos que le permiten desparramar los recursos públicos, crear empleos precarios, distribuir subsidios que alivian, pero que no solucionan, e imponer la verdad única desde la propaganda oficial. Ciertos indicativos señalan que la situación está por cambiar y otros confirman que el modelo populista en ninguna parte ha funcionado. La crisis del Estado de Bienestar que sufre Europa no es sino la consecuencia de gastar lo que no se tiene, de repartir a base de deuda y de no contar con provisiones para la época de las vacas flacas. El mensaje no ha llegado a la oposición – menos a la sociedad – y la demagogia sigue imponiéndose, en lugar de plantear opciones que conduzcan a un desarrollo estructural, solidario y en libertad.