Las fotos del encuentro -animado, intenso y cordial, según fuentes vaticanas- entre Benedicto XVI y Fidel Castro, líderes de corrientes filosóficas antagónicas, dieron la vuelta al mundo. Pero no habrá faltado algún ideólogo del neosocialismo que se haya sentido turbado por este incidente que afecta las bases del pensamiento que con tanto empeño cuidan.
Similar sufrimiento deben haber padecido cuando el presidente colombiano Juan Manuel Santos fue a Cuba para conversar sobre la exclusión de ese país de la Cumbre de las Américas que se realizará en dos semanas. Santos quería, y logró, desactivar las alarmas que encendió el presidente Rafael Correa al anunciar su inasistencia en caso de que se repitiera la no inclusión de Cuba.
Ni los propios cubanos ni un gobierno radical como Venezuela -bastante cuidadoso de sus relaciones diplomáticas y comerciales, más allá de los discursos encendidos- llevaron el drama tan lejos. Pero el gobierno ecuatoriano, experto en diplomacia ideológica, parece decidido a ir hasta las últimas consecuencias, aunque quede aislado en la tarea.
Todos estos esfuerzos van contra el empeño no reconocido de mejorar la percepción internacional del Ecuador. El riesgo país, una categoría despreciada en el discurso oficial, atormenta a los funcionarios conscientes de la necesidad de modificar la estructura de la economía, excesivamente dependiente de los ingresos petroleros, alentada por el enorme gasto público y sinodependiente en cuanto a créditos externos.
Esos funcionarios ven con buenos ojos que al fin se haya desbloqueado la negociación de un acuerdo comercial con la Unión Europea, aunque haya sido necesario hallar un eufemismo para rebautizarlo y no provocar urticaria entre los radicales. De este modo, el Ecuador podrá competir en igualdad de condiciones con sus vecinos Colombia y Perú, que adicionalmente tienen tratados comerciales con Estados Unidos.
Pero mientras por un lado hay esfuerzos para no hacerle jugar al país un papel tan radical, por otro se tensa la cuerda al máximo, como lo hizo el canciller Ricardo Patiño al cuestionar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. No se sabe qué futuro tendrá su acusación de que esta ha sido usada por el gran capital y los dueños de los medios para desprestigiar la imagen del Ecuador. Lo que sí se sabe es que en las recientes incursiones en Washington, los mensajes de preocupación sobre la libertad de expresión en el país han sido claros, tanto como los que llegan de Europa.
El jueves, el Senado estadounidense se abstuvo de ratificar a su embajador en Quito. Adam Namm cuenta con el beneplácito del Gobierno ecuatoriano desde septiembre de 2011. La normalización de las relaciones deberá seguir esperando, a un año de la expulsión de la embajadora Heather Hodges.
Pero ni los mensajes ni la realidad parecen importar a quienes se empeñan en seguir siendo más papistas que el Papa.