Recorro la exposición ‘Mariano Retro’ guiada por su curador, el crítico de arte Lenin Oña. En el gran escenario del Centro de Artes Contemporáneas se despliega la obra artística de quienes desde 1917 hasta la actualidad fueron merecedores de los premios del Salón Mariano Aguilera, instituido por este mecenas en Quito. Fue el primero de su tipo, un paso importante en el descubrimiento de la plástica moderna y el apoyo a un quehacer tan poco reconocido. Hasta los años 40 en que los premios no eran adquiridos, ni existen archivos bien llevados, casi no se encuentran las obras correspondientes, razón por la cual Oña ha seleccionado otras que ilustran la carrera de tal o cual artista. Esta primera -de 4 salas- señala un momento relevante de la plástica ecuatoriana y del mismo Salón, que va decayendo en calidad desde la década del 50 y que muestra fehacientemente la pobreza de la escultura ecuatoriana, salvo casos como los de Jaime Andrade o Paulina Baca. Aunque fue concebido como un Salón Nacional, prima la obra de artistas de Quito, unos pocos de Guayaquil y Cuenca; también se destaca la presencia masiva de pintores frente a otros medios como el grabado, las instalaciones o el videoarte.
En el recorrido, Oña cuenta anécdotas de un valor inédito, cosa que desafortunadamente no se halla ni en las cédulas individuales ni en las grandes pancartas que reciben al visitante y que pudo haber enriquecido la muestra enormemente. Tampoco conocemos cuáles obras fueron las premiadas y cuáles las que ilustran el pro-ceso. Hubiese sido muy importante, por ejemplo, visibilizar la presencia de jurados ajenos al arte que por razones de orientación política o de oficio premiaron a unos en detrimento de otros valiosos artistas, el caso del presbítero Juan de Dios Navas al seleccionar en una de las 5 ocasiones premiadas el trabajo de contenido místico de Víctor Mideros, cosa que obligó a cambiar los reglamentos. En 1934 se rechaza El Carbonero, de Kingman, en cambio por la presencia de un jurado de distinta orientación –Gonzalo Escudero y Pablo Palacio- se lo premia al año siguiente con la misma obra. En otros casos advertimos obra más destacada que la de los mismos premios, Latacunga, de 1949, de Lloyd Wulf, resulta trascendente comparada con la que se premia por aquellos años. Cabe enfatizar en la necesidad de que los curadores en Ecuador trabajen de manera coordinada con los museólogos, de tal manera que la investigación realizada por el curador de muestras históricas pueda ser trasladada al público de manera pedagógica y divertida y suscite reflexiones profundas en torno a la problemática. Es una exhibición que merece ser visitada y la labor de Lenin Oña, aplaudida.