Da la impresión de que el Gobierno no está reaccionando bien frente a la nueva realidad política en torno a los gobiernos seccionales. Si lo que mostró después del 23-F fue una actitud de negación, al no reconocer el revés electoral que significó la presencia de nuevos actores políticos en una escena totalmente dominada por AP, lo que muestra ahora raya en la exasperación.
No se pueden esperar resultados distintos cuando se actúa como siempre. Si se ha recurrido a viejas tácticas como reclutar a deportistas, a talentos de televisión y a cuadros exitosos de otras agrupaciones para acumular votos, no debiera resultar extraño que haya comportamientos políticos al viejo estilo.
La cacería de brujas, tan efectiva cuando el objetivo fue meter en cintura a asambleístas que quisieron defender sus ideas más allá de la línea que trazó el líder a nombre del proyecto, se antoja más difícil en un mundo disperso como el de los gobiernos seccionales.
Y hablando de tácticas que resultaron efectivas, tampoco sería buena idea instalar en Quito una batalla como la que en su hora se planteó en Guayaquil. No es solo la letra del Himno, que de pronto se volvió un tema de honor alimentado por una actitud de supuesta superioridad moral, sino la campaña para cuestionar la idea de autonomía que ha planteado el alcalde Mauricio Rodas frente a un proyecto que considera concentrador.
Con relativamente pocas excepciones, Quito tiene una tradición según la cual los concejales han puesto de lado su filiación política y han trabajado por la ciudad. Por eso resulta extraño que se piense que de lo que se trata es de crear un estado de opinión y de propaganda, una estrategia que ha rendido muchos frutos en otros momentos y frente a otros temas.
El retroceso en las elecciones recientes por supuesto no puede considerarse un reflejo de las preferencias presidenciales, pero sí fue el producto de un desgaste por temas como la decisión sobre el Yasuní. Así como es necesario no confundir las elecciones presidenciales con las municipales, también es imprescindible reconocer que hay una vida del día a día a nivel comunitario que es importante para las personas.
¿Es oportuno que se siga insistiendo en este mismo momento en la reelección presidencial? ¿Es oportuno seguir tensando tanto las relaciones con las organizaciones sociales? ¿Es buena idea desgastarse en una batalla por el control de los municipios cuando parece estar a las puertas un fenómeno de El Niño que requerirá de trabajo mancomunado?
El Gobierno se ha acostumbrado a minimizar los riesgos. Minimizó los riesgos políticos y usualmente le fue muy bien apelando únicamente a la figura de su líder, hasta el 23-F. Minimizó los riesgos económicos y naturales y eliminó los fondos de contingencia, y hasta hoy no ha tenido problemas serios. Pero es necesario enfrentar de modo distinto, y sin perder la cabeza, los nuevos escenarios.