La última semana ha sido rica en eventos por los que correrán ríos de tinta para intentar una aproximación a los mismos y descifrarlos. Condecoraciones indecorosas que ponen en evidencia que quienes otorgan la presea y quién la recibe comparten la misma escala de valores; el derrumbe del Partido de los Trabajadores en las elecciones del domingo en Brasil; el batacazo del NO en el referéndum colombiano, que saco a la superficie la insatisfacción de gran parte de la población con los términos del acuerdo, más no con la posibilidad de lograr una paz justa y duradera; el retorno al país de un candidato a la presidencia, en cuya postulación el personaje central le impone libreto y le advierte sobre las consecuencias de apartarse del mismo, han sido hechos que por sí mismos merecerían más comentarios que una simple referencia. Pero quizás, por su trascendencia, merece destacarse la renuncia del Secretario del PSOE a su cargo cuando, habiendo perdido el apoyo de la cúpula del partido a su política de oponerse a la conformación de gobierno en España, no le ha quedado otro camino que hacerse a un lado y despejar la vía para que el país ibérico retorne a la normalidad. La lección refleja la importancia del funcionamiento de las instituciones y el riesgo que representa para los países el tratar de dinamitarlas bajo cualquier pretexto. Desde que España retornó a la democracia no se había producido un hecho como éste, que el partido que ganara las elecciones se viera en la imposibilidad de formar gobierno por no alcanzar el mínimo de diputados exigido. En esos casos, para respetar el pronunciamiento popular, se estableció la figura que las fuerzas opositoras podían abstenerse de apoyar al candidato propuesto por el partido ganador, en cuyo caso se viabilizaba que éste sea ungido mediante mayoría simple. El gobierno constituido gobernaba en minoría.
El partido de Pedro Sánchez no ganó los comicios. Pero se empecinó en formar gobierno en una amalgama que lucía imposible. Esto condujo al inmovilismo y al riesgo que se convocara por tercera vez a elecciones en menos de un año, con las consecuencias que en contra de la estabilidad de un país. Voces respetadas como las de Felipe González insistían que el PSOE permita que el Partido Popular, ganador de las elecciones, formase gobierno.
El Secretario del PSOE insistió en su tesis, que al ser rechazada no le quedo más que su dimisión. Fue por todo y se quedó sin nada. Con ello se pone en evidencia que las democracias serias propenden a la estabilidad. Que las diferencias políticas tienen que ser resueltas dentro del marco institucional, sin crispar las situaciones hasta llevarlas a un punto en que afectan al sistema en su conjunto. Esa es la diferencia con este lado del mundo, donde se piensa que cada gobierno que asume viene con un catecismo revolucionario bajo el brazo, que contiene las fórmulas mágicas para todos los males existentes. De ahí las frustraciones constantes.