Allí se podría ubicar la situación de España después de las elecciones generales acaecidas el fin de semana. Hubo un partido ganador en número de electores, pero que en comparación con el apoyo que recibió cuando Rajoy asumió al poder, su triunfo se puede leer como un peligroso retroceso. Disminuyó su número de votantes, lo cual le complica sobremanera formar gobierno, colocándolo en una situación bastante comprometida.
Ya no se trata solamente de designar a quién lo presidirá, sino cómo llevar adelante una gestión gubernamental sin lesionar una posible alianza, que permitiría destrabar la enredada situación actual. Cualquier escenario es sumamente complicado y exigirá una conducción de gran tino, que no crispe las posiciones sobre asuntos fundamentales, puesto que cualquier movimiento brusco podría terminar en un llamamiento a nuevas elecciones.
En tal contexto, ni siquiera existe certeza que el partido ganador pueda presentar como candidato a su líder, quien tuvo desencuentros con otros actores políticos que dificultan actualmente el acercamiento de las posiciones. Hoy por hoy, el tema está abierto y podría caber más de una sorpresa en las próximas semanas.
El PSOE también ha sufrido una fuerte advertencia. Ha quedado segundo en los comicios, pero de igual manera ha perdido respaldo popular y el número de votos recibidos se ha colocado en su piso histórico. El secretario del partido, Pedro Sánchez, quizás afronta un acertijo aún más complicado de resolver. Tiene la posibilidad de apoyar en cualquier dirección para conformar el nuevo gobierno, pero en uno u otro caso tendría que hacer concesiones que serían contradictorias con lo que el partido ha sostenido en campaña. Además, si virase más a la izquierda le permitiría el acceso al poder a una corriente que le ha vaciado los votantes; y, por otro lado, aún necesitaría de los partidos nacionalistas que han desafiado la unidad española, algo criticado por los socialdemócratas. Un tinglado aún más difícil que para su histórico contendiente.
El hecho es que la población, principalmente los más jóvenes, se han desencantado por un sistema político saturado de escándalos. Los dos partidos tradicionales han estado de manera intermitente en el ojo del huracán. Por ello, cualquiera sea la definición que se produzca, lo que reclama la ciudadanía es una gestión ética y transparente en el ejercicio del poder, que destierre prácticas que no se compadecen con un correcto manejo de lo público. Una sociedad que se precie de estar inmersa en el Primer Mundo tiene que mostrar estándares elevados de pulcritud y transparencia.
En cuanto al ascenso del populismo de izquierda, es consecuencia de una historia conocida. El poner en orden los desmanes no es popular; más bien potencia a los anti sistema que cosechan de la insatisfacción de los grupos que, paradójicamente, son los más afectados por las políticas equivocadas que se buscan corregir. Un círculo vicioso en que las víctimas ensalzan a sus victimarios. Nada nuevo bajo el sol.