Ecuador es un país de profunda tradición autoritaria. A tal punto que nos hemos acostumbrado plácidamente a la larga saga de cuartelazos, asonadas, ruidos de sables, conspiraciones e infiltrados, intentonas, pronunciamientos, triunviratos, juntas de gobierno, velasquismos y a la también larga lista de sobresaltos y sustos que ustedes quieran anotar. Los períodos de relativa tranquilidad política y constitucional han sido la excepción y los aspavientos, más bien, la regla. Como resultado de lo anterior, muchas de las leyes que tenemos que obedecer han sido dictadas en períodos y circunstancias dictatoriales, o por lo menos de dudosa democracia. Y gran parte de las Constituciones ecuatorianas han sido impuestas sin mayor debate, con el afán de curar golpes de Estado o trasvases de un grupo de poder a otro.
Preferimos al candidato que nos ofrece el oro y el moro –aunque todo el mundo sepa que al final del día todo es un engaño- a aquel que propone planes de mediano y largo plazo. Aplaudimos y nos regocijamos con los bailes de tarima, aunque todos nos demos cuenta de lo delgado de la frontera entra la farsa y el ridículo. Nos encandilamos con los largos y apasionados discursos de barricada, bañados en sudor, casi siempre vacíos y carentes de todo sentido. Votamos y volvemos a votar por los políticos que más insultan y degradan al enemigo. Las colecciones y antologías de humillaciones, desprecios y vejámenes forman parte del folclor criollo (noten que evito lo de “imaginario colectivo”).
Para muestra, un botín: los sueños de perro, el patacón “pisao”, el semen aguado, la gordita horrorosa, los catadores de urinarias, los sociólogos vagos (de chaleco y con el pelo pintado), los insectos, los pitufos y los sicarios de tinta. Suficiente para llenar las estanterías y los anaqueles de cualquier bestiario premoderno que se precie. Compren sus entradas.
Mil a uno, nos quedamos con la pirotecnia del discurso político agresivo y vergonzante, frente a cualquier propuesta seria y reflexiva (por anodina y aburrida).
Nos enamoramos –el amor es eterno mientras dura, dijo algún brasilero- de los populistas más perseverantes y nos mofamos de cualquier aprendiz de estadista. Es que no tenemos tiempo para ningún tipo de crecimiento económico: queremos nuestros subsidios y los queremos ya.
Hagan la prueba y preséntense a las elecciones con una plataforma que incluya estabilidad y límites al poder (perderán olímpicamente).
Preséntese a las elecciones con promesas de tacos de dinamita y poder infinito para aplastar al enemigo (a los pocos días serán tildados de “outsiders” y tendrán que contratar un encuestador particular).