Cuando allá por los años 65 ó 66 del siglo pasado, mi padre compraba la Revista 7 Días, lo que yo hacía era ir directamente a leer una tira cómica, que uno o dos años antes había comenzado a circular en las ediciones de ciertos diarios argentinos. Se llamaba Mafalda. Una niña inteligente, observadora de la realidad. Crítica y apasionada por sus ideas. Las expresaba con claridad. Ni la dictadura que en esa década y la siguiente vivió la Argentina, le impidió analizar, con humor y profundidad, hechos de actualidad y trascendencia. Como lo dijo la escritora Patricia Suárez, Mafalda se convirtió, aún después de su desaparición, en “el bálsamo con el cual soportar la realidad y la pérdidas de estos últimos cuarenta años: una dictadura con un saldo de 30 000 desaparecidos; una guerra inútil e injusta; la prosperidad fingida de los 90…”.
Ante la realidad que vivía y la deprimía a pesar de su corta edad, tenía dos tablas que la hacían sobrellevar su disconformidad con el entorno de sus circunstancias: la música de Los Beatles y sus amigos. Estos personajes que rodean a Mafalda, según el filósofo español Fernando Savater, “tienen una personalidad muy acusada, pero, por otra parte, cada uno de ellos simboliza una perspectiva sobre la vida: idealista, materialista, comercial, lúdica… Y en conjunto aportan una enorme riqueza de perspectivas sobre la cotidianeidad”. Mafalda, la que profundiza los hechos del día a día, acepta a sus tan disímiles amigos, sin reproches ni críticas. Escucha las palabras de otros. La música del grupo inglés, de moda en la década de los 60 y aún vigente, la transporta, por al menos unos minutos, a la paz que siempre espera se haga efectiva en el planeta.
Mafalda dejó de ser un personaje eminentemente dirigido a rioplatenses. Umberto Eco sostuvo que “leer Mafalda es indispensable para entender la realidad argentina”. Pasados los años, leer Mafalda es revisar, desde un punto crítico, temas universales, como la paz, la guerra, las dictaduras, las libertades, la música, los negocios… hasta la sopa. En pocas palabras, denuncia todo aquello que afecta a la sociedad.
La disconformidad de Mafalda concluyó en 1973. Desde ese año, esta pequeña analista de la realidad, ha crecido junto con millones de nuevos lectores, nacidos una vez desaparecida. Es verdad lo dicho por Savater al leer Mafalda: “uno se queda pensativo: primero te ríes y luego se te pasa la risa y piensas que hay algo más”. En estos días recuerdo una de las tiras de Mafalda en la que ella aparece caminando por una calle cualquiera, y en una pared encuentra pintadas las siguientes palabras “basta de censu”. Ella reflexiona y dice “o se le acabó la pintu, o no pu termi por razo que son de domin publi”.