¿Se puede llamar cinismo?

Escuché con un temblor al ingeniero Wilson Pástor contestar a la periodista de Teleamazonas el día 23/8/2013, en el espacio 24 Horas-Los desayunos. Con la fría calma que le caracteriza, hablaba de cifras, desarrollo, petróleo, generaciones necesarias en Ecuador para salir de la pobreza… Afirmó que eran necesarias dos generaciones para ese salto, pero nunca explicó por qué han pasado más de dos, mientras él ha estado en altas responsabilidades de esa industria (cuarenta años, la generación en sentido orteguiano son 15 años) y todavía serían precisas otras dos.

Es un señor que suele hablar con aparente contundencia y se refiere siempre "a las cifras reales", frente a comentarios más ligeros que atribuye a sus críticos. Veamos qué tan categórico y preciso fue al hablar de los pueblos en aislamiento voluntario.

Afirmó que nunca ha habido evidencia sobre la presencia de esos grupos en la zona del Yasuní que ahora se explotaría. ¿Está seguro de eso? ¿Nunca, según él, cuánto tiempo abarca? ¿Podría asegurar, poniendo el argumento en contrario, que existen evidencias de que no caminan por ahí? Me pregunto, ¿resulta desproporcionado llamar a eso cinismo? No merece la pena recordar ahora otra conocida intervención televisiva suya, donde se confundía un poco con aquello de que sí hubo grupos sin contacto en la zona de Armadillo, pero ahora no los hay. O al revés. O tanto da. El Ing. Pástor, como bien se sabe, no se ha distinguido, a lo largo de su carrera profesional, por su sensibilidad en la suerte de los grupos indígenas ocultos. No tiene por qué, desde luego. Cada uno tiene sus gustos o intereses. Él es un especialista en números. Sobre todo en números grandes. Y, claro, los de estas personas son muy chicos. Ud. pide evidencias. ¿Y qué puede ser evidencia para gente como usted? ¿La reciente y amplia matanza en las cabeceras del Cononaco fue, al fin, para Ud., Sr. Pástor, una evidencia? ¿Lo fue la del 2003? ¿O tampoco? Porque los había negado por ahí muchas veces.

Como digo, personalmente le escuchaba con temor. De mi lado y junto a otros, no sé si pocos, tratamos de mostrar en Ecuador el valor humano y cultural de esas personas de selva, más allí de su pequeño número. Sé que en matemáticas siempre serán batidos. Sin embargo, tenía la esperanza de escuchar una voz un poco más considerada hacia ellos, siquiera porque acaban de sufrir otra cruel matanza que se soslaya con esmero. Siquiera por eso de paz en la tumba de mujeres y niños aniquilados ante la fría impasibilidad de los que vemos en las pantallas. Por un momento, esas personas fueron buenas para conseguir recursos; su emocionada defensa se vendió en el extranjero como una magnífica epopeya ecuatoriana. Ahora resulta que no existieron, ni existen. No les llamen Piavs, llámenles Ovnis. Y, al decirlo, disimulen, sea por educación, la sonrisa.

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