De espacio proviene despacio; veamos su primera acepción: ‘poco a poco’, ‘lentamente’, como quien dice ‘tomémonos el espacio necesario’, –espacio, ‘parte que ocupa cada objeto sensible’ es también ‘transcurso de tiempo entre dos sucesos’-.
Traigo a ustedes un párrafo sobre cuya escritura razonaremos despacito.
Procede de la escritora nicaragüense Gioconda Belli, tan dulce, tan amiga, tan mujer, diría yo, si esto de ‘tan mujer’ no tuviera un significado casi agresivo, de puro reivindicador. Porque ¿qué corresponde al ser de una mujer que, en su condición humana, no concierna al ser del hombre, y viceversa? ¿Qué características reconocemos en ellas, que sean distintas de las que, al pensar en un hombre, debamos pedir? Mujer y hombre, en abstracto, comparten animalidad y racionalidad, como decían los antiguos filósofos que aún se atrevían a definir…
Pero sigamos con el párrafo de Gioconda, tan concreto en sus requerimientos:
“Yo siento que me faltan por hacer muchas cosas. Quiero vivir como que voy a ser inmortal. Eso lo aprendí de mi suegro, que decía: “Hay que sembrar ese árbol”. Y nosotros decíamos, ese árbol no lo va a ver porque es un señor de más de noventa años, pero vivía como si no se iba a morir. Yo quiero negar la muerte. Me voy a morir, obviamente, pero quiero vivir como si voy a seguir viviendo, no quiero estar pensando qué me falta por hacer”.
Desde la más estricta sintaxis, algo falla. Escribo las frases correctas y las opongo a las de la escritora: ‘Quiero vivir como si fuera a ser inmortal’, no: ‘quiero vivir como que voy a ser inmortal’. ‘Es un señor de más de noventa años, pero vivía como si no se fuera a morir’, en lugar de ‘vivía como si no se iba a morir’. ‘Me voy a morir, pero quiero vivir como si fuera a seguir viviendo’, en vez de ‘quiero vivir como si voy a seguir viviendo’…
Anotemos dos puntos fundamentales: el escritor, como todo auténtico artista, ejerce, al escribir, un acto de libertad; en su expresión libérrima, puede alterar la sintaxis, esto es, emplear, como Belli, tiempos verbales no idóneos para la construcción cabal, si los siente apropiados para expresar su íntima intuición. Pero, ¡ojo!, es justo exigir a todo el que escribe que, previamente a cualquier alteración, domine las normas de aquello que altera. En una palabra, que sus cambios sean producto de su conocimiento, no de su ignorancia, y que contribuyan a que el lector perciba, honda y auténticamente, aquello que el escritor quiso decir. Si no es así, toda alteración es carencia, en lugar de potenciación de significado.
Solo entonces, sus atrevimientos obrarán el milagro de entregar al lector palabras que lleguen a la médula de su sensibilidad. ¿Ocurre esto con el párrafo de Gioconda Belli? No puedo asegurarlo, pues cabe que una escritora sensible y profunda, cometa tres deslices de la misma naturaleza sintáctica, es decir, uno solo, sin intención de entregarnos, ‘gracias’ a ellos, el misterio de su interioridad.