Franz Kafka ha sido considerado por los críticos, junto a Marcel Proust y James Joyce, uno de los escritores que transformó la novela contemporánea. ‘El castillo’ y ‘El proceso’ -decía Jorge Luis Borges con su característica sapiencia- ya son parte de la memoria de los hombres. Llegó a considerarlo el mayor clásico de su siglo. “Kafka vendría a ser -le comentó a Osvaldo Ferrari- el gran escritor clásico de este, nuestro atormentado siglo. Y posiblemente será leído en el porvenir, y no se sepa muy bien que escribió a principios del siglo XX…. Todo eso puede olvidarse: su obra podría ser anónima, y quizá, con el tiempo, merezca serlo. Es a lo más que puede pretender una obra…”
El propio Borges afirmó que Kafka es “desesperado y abrumador” y que sus novelas son “sórdidas pesadillas”. Una expresión de la angustia del hombre de nuestros días. La lectura de ‘Cuando Kafka vino hacia mí…’, una recopilación de recuerdos de quienes lo conocieron, me ha dejado una imagen diferente, humana e integral, alejada del estereotipo, de este enigmático escritor. Los numerosos testimonios, superando circunstanciales contradicciones, son coincidentes y destacan las características más visibles de su compleja y escindida personalidad. Dora Geritt, por ejemplo, escribió: “Kafka sabía encontrarle a todo un lado luminoso. Era como entrar en un mar iluminado por el sol cuya superficie vibrara con miles de ondas resplandecientes”.
Dora Diamant, la compañera de sus últimos años, recuerda una anécdota conmovedora. Cuenta que, cuando vivían en Berlín, iban con frecuencia a un parque. “Un día encontramos a una niña pequeña que lloraba y parecía totalmente desesperada. Hablamos con ella. Franz le preguntó qué era lo que la apenaba, y nos enteramos de que había perdido su muñeca. Enseguida inventa él una historia con la que explica aquella desaparición. ‘Tu muñeca tan solo está haciendo un viaje. Lo sé. Me ha enviado una carta’. La niña desconfió un poco: ‘¿La has traído?’‘No, la he dejado en casa, pero mañana te la traeré’. La niña, ahora curiosa, ya había olvidado en parte su pena. Y Franz volvió enseguida a casa para escribir la carta”.
A lo largo de tres semanas, Kafka, con tensión y seriedad, escribió y le leyó diariamente a la niña una carta de su muñeca: a pesar de que la quería mucho, se había alejado porque sentía la necesidad de cambiar su vida, había crecido, había asistido al colegio y, finalmente, se había casado. “Al cabo de unos días, la niña había olvidado la verdadera pérdida de su juguete y ya solo pensaba en la ficción que se le había ofrecido como sustituto… Así se la preparó para la inevitable renuncia”. Esta tierna historia nos deja una hermosa lección: siempre habrá en nuestras vidas, más allá de dolores y angustias, tiempo para los demás, la entrega y el amor.