Los Carnavales se multiplican y son más sofisticados que antes. Barrios, ciudades y pueblos quieren distinguirse con su carnaval.
Si bien festejar es la meta principal, algo o mucho dicen estas fiestas del Ecuador de estas décadas, en que migrantes buscan su pasado y regresan a festejar en su lugar de origen; que nuevos pobladores de un barrio con sus comparsas marcan su nueva pertenencia urbana; que indígenas antes poco urbanos ahora reivindican el espacio urbano y una cultura propia para hacer una fiesta moderna que sería en principio del pasado. Cada cual busca distinguirse con un Carnaval que tendría alguna novedad o una herencia.
El Ecuador de la fuerte migración interna o no, de esa mezcolanza de orígenes que se integran en la ciudad, de migrantes temporales que viven entre el campo y otros lares, de los urbanos que forman otra sociedad en un barrio o de indígenas que hacen suyos a poblados rurales, nos recuerda esa búsqueda humana por tener identidad, pertenencia y de comunicarse lo que muy bien ofrece la fiesta. Esta y la alegría crean un ritual de pertenencia; parientes, amigos de antaño o no, nuevos llegados, ratifican que son parte de los cercanos.
San Juan en Chimborazo, con un carnaval ya reconocido, colorido, tiene de esto y aún más. Fue tierra de haciendas pero ya la mayoría está en manos indígenas. Como tantos otros poblados andinos fue sobre todo mestizo ahora es predominio indígena. Su Carnaval es llamativo por la voluntad de su gente de hacerlo singular, no imitación de otros.
Durante unas cuatro horas, grupos bien organizados de comparsas, sobre todo de mujeres indígenas, bailan y cantan para mostrar su coreografía de danza, su música que la consideran propia por sus instrumentos y versos exclusivos.
Todo, el vestido muy cuidado, canciones, danzas, música o caretas y adornos exigió preparación y grandes gastos. Sean familiares o no, los grupos son sobre todo de afirmación indígena, se distinguen con cantos en quichua o una música y coplas que se quiere indígenas. La ofrenda de comida con cuy y chicha, recuerda el ritual de antaño de festejar la floración de la naturaleza.
Pero en cada grupo y en toda la organización se disputan la afirmación de una cultura propia y una modernidad que aplasta. Sobre todo porque la mayoría de grupos se acompaña de camionetas, con inmensos parlantes, a pocos metros de distancia, y el uso omnipresente de la espuma Carioca. El estruendoso parlante inclusive con una música diferente a la del grupo, acaba por destruir su música y su preparación, anula su fiesta. Pero esa camioneta llena de la modernidad es manifestación de éxito económico.
La ostentación económica, su afirmación social, aplasta su afirmación cultural. Es una modernización o cambio en disputa con la afirmación cultural. Un cambio sin ton ni son que le gana a la innovación propia.