A quién no se le estrujó el corazón al ver las imágenes del terremoto en el Japón. La impresión fue mayor al presenciar esas olas gigantes tragando todo a su paso. Autos, barcos, carreteras, gente. La angustia creció al recibir las noticias sobre una catástrofe nuclear.
Ante semejante cuadro muchas ideas circularon por nuestras cabezas. En las primeras horas, pensamos que si tal destrucción tenía uno de los países más ricos y disciplinados del mundo, qué hubiera sucedido en otra parte del planeta. La muerte y desolación hubiera sido diez o cien veces mayor. Apareció inevitablemente el fantasma del desastre de Haití.
Pero a medida que pasaban los días vimos que tanto Haití cuanto Japón se parecían más y más: vivían una catástrofe gigantesca. Si en el país caribeño el impacto del fenómeno fue grave por ser pobre, en el otro fue por ser rico. El uno sin preparación, sin construcción antisísmica, sin planificación urbana. El otro ordenado, educado, con lo último en tecnología antisísmica, pero con gran dependencia de la energía nuclear.
La tragedia del Japón lleva a la humanidad a preguntarse respecto a la fragilidad de los seres humanos y de sus creaciones frente a la fuerza natural. Conduce a cuestionarse la arrogancia del hombre y la efectividad del modelo de desarrollo depredador antropocéntrico que coloca prepotente al ser humano como la medida de todas las cosas, que abusa demencialmente de la naturaleza, que maneja de manera irresponsable la tecnología.
El desastre del Japón motiva pensar en un modelo de desarrollo que permita al ser humano convivir armónicamente con el medio. Impulsa comprender la cosmovisión que entiende que el ser humano no está fuera de la naturaleza, que es parte de ella; que concibe que es posible producir, crear y distribuir la riqueza de manera distinta a la actual; que sabe se pueden establecer relaciones sociales y políticas basadas en el respeto, la libertad y la democracia; que es factible construir y generar de manera alternativa y limpia vivienda, ciudades, transporte público y privado, diversión, alimentación, uso del agua y energía; que muchas de estas utopías de inspiración ancestral y andina están en la Constitución que empieza a ser olvidada.
Japón no solo permite pensar sino ver otras cosas… El proyecto del Buen Vivir está por abortar. El viejo modelo extractivista y depredador rejuvenece. ¡Oh! coincidencia, en estos días se habla de la inminente explotación minera de cobre, oro, plata, zinc y uranio en áreas protegidas. ¿Y el ITT también?
Hay que defender el Buen Vivir. La educación tiene que transformarse en intercultural para nutrirnos de esta cosmovisión. Más también, si según el sismólogo Hugo Yepes cualquier rato se viene un gran terremoto, urge prepararse frente a la desorganización y desprotección en que vivimos.