¿Qué tiene cada año que todo parece volverse más intenso, como si la vida acelerara pulso y ritmo, hubiera más contrapunto entre dolor y alegría, pasado y futuro, inmovilidad y vértigo, retroceso y avance, muerte y vida, finitud y trascendencia? La respuesta a estos interrogantes, pese a los adelantos científicos, será siempre un misterio, con límites imposibles de conocer -el tiempo es eterno e infinito el universo- y solo la razón y la fe nos permiten atisbar lo que hay más allá de todas las barreras que nuestra experiencia alcance a determinar.
Pero desde el hombre primigenio permitió la observación natural distinguir el día y la noche, sus cambios periódicos y durabilidad, datos que le llevaron a determinar días, semanas, meses, estaciones y años, en plazos de repetición invariable. El sol ilumina los días, brillan en la noche las estrellas. Ni unos ni otras son iguales en duración, de modo uniforme y sucesivo empiezan a aumentar primero y luego a disminuir en luminosidad los días y en oscuridad las noches, por períodos siempre iguales: dos veces al año los días son más largos que las noches: los solsticios el 21 de marzo y 21 de diciembre, cuando el sol aparece más temprano y se oculta más tarde; por contraste los equinoccios, 21 de junio y septiembre, las noches duran más que los días, el levante es más temprano y el poniente más tardío, dura más la heliofanía. Esas cuatro fechas en el año fueron siempre tenidas por sagradas. La observación telescópica permitió, siglos más tarde, confirmar que se debía al giro de la Tierra en torno del sol. Para la humanidad, aquellos días siempre se consideraron sagrados, en particular el solsticio de diciembre, por ciertos trascendentales acontecimientos de fe creciente ocurridos en esas fechas.
La modernidad y la posmodernidad, al compás de su progresiva quiebra de espiritualidad, han ido sustituyendo el fervor religioso de antaño por el compulsivo hedonismo de hogaño, caracterizado por la insaciable ansiedad de vender y comprar, talvez como remedio a la erosión religiosa, aunque a veces adoptándola como anzuelo. Las religiones organizadas, de austeras prácticas, como judíos y cristianos, celebran con entrañable rigor, ciertos fastos de su calendario ritual, por ejemplo, la Januká de los judíos, a partir del 22 de diciembre, cuando se prende un cirio cada día, al celebrar con todo esplendor la “fiesta de las luces” durante una semana, ahora en Israel y doquiera se extendió la Diáspora al mundo. Asimismo los católicos y otras denominaciones cristianas, para conmemorar la Navidad, nacimiento de N.S. Jesucristo en Belén el 25 de diciembre, nos reunimos desde el 16 y rezamos la ‘Novena al Niño Dios’. Ambas fiestas ocasionan fervorosas reuniones, con oración y cánticos, parientes y amigos invitados. Me fue honroso participar en Januká por cordial invitación del Embajador Eyal Sela.