Como si la crisis por el programa nuclear iraní no fuera ya lo bastante complicada, Bashar al Asad la enredó aún más al lanzar armas químicas en suburbios de Damasco el mes pasado. De pronto, el conflicto en Siria ensombreció todos los otros factores relacionados con Irán.
Para justificar una respuesta militar contra Al Asad, el gobierno de Barack Obama utiliza cada vez más como argumento el probable impacto que tendría una acción así en Irán.
Ciertamente, castigar a Al Asad por cruzar la línea roja trazada por Obama en el tema armas químicas haría menos probable que Irán viole los límites impuestos por Washington en cuanto a producción de armas atómicas.
La capacidad disuasiva de Estados Unidos contra las armas de destrucción masiva se vería fortalecida en todo el mundo.
Corea del Norte, por ejemplo, que posee más armas químicas que Siria, recibiría la advertencia de que ni siquiera debe pensar en usarlas en una provocación contra Corea del Sur o en algún conflicto que pueda surgir.
Una represalia contra Al Asad también fortalecería la confianza de los aliados de Estados Unidos en que este país los respalda.
El año pasado, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, desistió de la idea de lanzar un ataque unilateral contra instalaciones nucleares iraníes porque se convenció de que Obama no permitiría que Teherán desarrollara armas atómicas.
La fe de Netanyahu crecerá todavía más si el Mandatario estadounidense demuestra que está dispuesto y es capaz de utilizar todo su poderío militar contra Siria.
Pero lo que está en juego no es tanto la credibilidad personal de Obama, sino la confianza en la capacidad estratégica de Estados Unidos.
Dejar que Al Asad siga adelante impunemente podría destruir la fe de Netanyahu y motivar que Israel lance un ataque prematuro y contraproducente contra Irán, lo que luego arrastraría a Estados Unidos a una guerra indeseada.
Por el otro lado, una operación militar liderada por Estados Unidos contra Siria podría socavar las posibilidades de una solución pacífica al tema nuclear iraní.
Una verdadera solución a la crisis parece imposible, dada la profundidad de las diferencias entre los protagonistas: Irán quiere adquirir capacidad nuclear y sus adversarios desean impedirlo.
Las medidas para fomentar la confianza a corto plazo podrían ser factibles ahora que Hasán Ruhaní está en la Presidencia, pero incluso esos pasos requerirán que Irán haga compromisos, como clausurar las operaciones en la planta de enriquecimiento de uranio de Fordow, cosa que hasta ahora ha descartado por completo.
Ruhaní podría ser duramente presionado para que persuada a los sectores de línea dura en Teherán de que acepten esos compromisos. Pero si Estados Unidos ataca a sus compañeros de lucha en Siria, estos querrán venganza, no reconciliación.
Irán no querrá ser arrastrado a una guerra con Estados Unidos por causa de Siria, pero de todas formas se podría producir una involuntaria escalada de la tensión.