Columnista invitado
La ola de la interculturalidad se levanta otra vez en la sociedad y en la educación. Tiene arrugas viejas y cara nueva. La empujan los sectores indígenas. Principalmente. Saca su cabeza luego de oscuras prácticas discriminatorias.
El tema es espinoso e inspirador. Nos remite a la convivencia entre nosotros y “los otros”, entre seres iguales con colores propios. Entre colectivos presentes, tal vez desde siempre. La convivencia, negada a veces y rebuscada otras, no es cualquier proximidad. Tiene que ver con re-conocer, valorar, conectar, aprender. La interculturalidad supera con creces la tolerancia -terrible término que huele a “aguante”- y abre los brazos a todas las culturas, empezando con las que compartimos, una encima de otra, geografía, política, rabias, esperanzas. Es abierta y atrevida, universal. Su más indecente adversario es la pretendida superioridad de raza, religión, valores. Su brutal oponente es la homogenización y la estandarización, tan apetecidas por populistas, autoritarios, tecnócratas.
En la educación el tema es tan enmarañado como apasionante. Los indígenas y el Ministerio de Educación tienen en sus manos un asunto de alto voltaje. Los diálogos morenistas, enredados y obstinados, han culminado con la nueva Secretaría de Educación Intercultural. Bien por las conquistas y bien por las aperturas. Toca saltar a la arena de la educación. Para expresar las propuestas políticas en diseños y estrategias educativas. Que no implican sistemas paralelos ni de segunda. Demandan resolver con finura la tensión entre procesos comunes –para ciudadanos- y procesos diferenciados. Corresponde bañar con innovaciones toda la vida educativa: currículo, evaluación, enseñanza, textos, escuela-familia-comunidad.
El nudo no es simple ni mecánico. No hay recetas, aunque sí algunas experiencias emblemáticas aquí y allá. Será necesaria una alerta activa, un apoyo sin cálculos. E insertar el tema en el Acuerdo Nacional de la Educación. A lo mejor le da un nuevo impulso. Por qué no. Está topando un nervio esencial del sistema.
Hasta aquí todo parece cuestión de indígenas. Nada más equivocado. El sentido intercultural de la educación va para todos. Por exigencia de los tiempos y por ley. Porque puede formarnos para la convivencia pacífica y para dar lo mejor de cada uno, de cada otro. No hay culturas sueltas, ni invisibles. La interculturalidad es aporte para reconocer, “entreaprender” como diría nuestro Galeano.
El tema tiene alas y no se arrincona en la educación. Y ahí está el aporte de esta conquista. Nos hace notar, por si faltara vida y razones, la variedad multicolor en que estamos metidos. Felizmente. No somos piezas exactas. No somos sombras idénticas. Y sin embargo, somos todos tan asombrosamente humanos.