El mundo intelectual –si algo de ‘mundo’ tiene un país cuyo índice de lectura es tan paupérrimo que la expresión más adecuada sería ‘la tribu intelectual’- está viviendo dos momentos que los espanta. Y porque comienzan a afectarlos directamente, reaccionan. Uno de ellos es la Universidad Andina; el otro, la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
De la Andina se ha hablado mucho. Y aunque se quiera negar las intenciones oficiales de ocupar el rectorado con alguien cercano a las calles García Moreno y Espejo, el procedimiento del Parlamento Andino no permite pensar otra cosa.
Del otro lado, defienden la autonomía y promovieron a una persona cuyo gran mal ha sido graduarse en la Andina. Paradojas de una ley que impide que sea rector alguien que obtuviera allí el cartón. (Se hace necesario conocer el porqué de esta reglamentación).
Grave también es aquello que ocurre con la Ley de Culturas y la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Lo curioso es el rol que algunos –no todos- intelectuales y artistas están asumiendo, el de críticos. Pero poco dijeron de anteriores leyes y políticas, muchas de las cuales han ido en contra de lo que han creído durante los años 60, 70, 80, 90…
Nueve años fueron suficientes para derrumbar una trayectoria de años. Pero ahora reaccionan para defender la Casa, ‘su casa’. Y es ahí cuando cabe la pregunta ¿qué pensaron en otras coyunturas? ¿Qué han dicho del Ministerio de Cultura, tan enigmático como la Secretaría del Buen Vivir? ¿Importa realmente la cultura al Estado? Peor aún: ¿importa al país la producción cultural que no sea solo ferias? El actual presidente de la CCE llegó a su posesión rodeado de banderas verde flex. Y eso, ahora, es una pesada mochila por cargar: llegó sabiendo lo que ocurriría con la matriz.
Lejos de tener una política seria, la cultura queda como edificios. Uno está lleno de espejos. Y a veces es difícil mirarse a la cara. Quizá porque, como decía Jorge Luis Borges, los espejos pueden ser abominables.