José Miguel Insulza avanza sobre camino empedrado hacia su reelección en marzo como secretario de la OEA. En sus casi cinco años de gestión hizo poco honor a su fama de negociador y diplomático brillante. No pudo o no quiso revitalizar a un organismo manoseado y presionado y con postulados que se respetan a discreción. Prefirió ir con la corriente.
Aunque el chileno tiene ya apoyo de países sureños para lograr su reelección, Estados Unidos no muestra entusiasmo, tampoco Venezuela que usualmente arrastra a sus amigos Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Pero aún así, todo indica que seguiría frente a la OEA: hasta ahora es el único candidato.
Así que habría Insulza para más, lo que a juzgar por lo que ya hizo, habría OEA para menos.
Recuerde que el chileno se fue con la finta, lanzada por Caracas y luego transformada en un irracional coro hemisférico, de condenar el golpe en Honduras sin atenuantes, cerrando los ojos ante las ilegalidades cometidas por el ex presidente Zelaya y desoyendo las razones de casi toda la institucionalidad hondureña. En este tema, al final, mucho ruido y nada.
Lo mismo pasó con sus tímidas quejas contra los ataques a la libertad de expresión en Venezuela y el despliegue de autoritarismo de su presidente. Frente a casos de concentración de poder y de debilidad institucional como Ecuador, por ejemplo, calló o sólo habló tras bastidores. Otra vez, optó por ir con la corriente.
En la misma tesitura decidió coquetear con Cuba, a pedido de la platea. A ese país, que tiene el mismo gobierno desde 1959, le abrió las puertas para que regrese a la OEA. Tal acto no pasó la mínima prueba de congruencia.
La Carta Democrática Interamericana indica que sus socios deben tener democracias representativas con celebración de elecciones periódicas y un régimen plural de partidos.
La evidencia indica que Insulza, quien en 2008 se dio tiempo para promoverse como candidato a la Presidencia de Chile, sin éxito, y luego para impulsar sin pudor diplomático a sus correligionarios socialistas, no mostró el liderazgo necesario para conducir el organismo.
Parte del equipo del presidente electo de Chile, Sebastián Piñera, piensa algo similar, pero no tuvo más remedio que aducir razones de Estado y anunciar el apoyo a su compatriota.
Insulza ha nadado cómodo sobre el torrente de incongruencias en que incurren periódicamente los gobiernos socios de la OEA.
Son 35 firmantes de pomposos documentos sobre democracia, derechos humanos y un largo etcétera que se cumple en partes, a ratos o no se acata.
El Secretario aduce que los críticos no entienden que conciliar los humores de tantos no es fácil. La justificación vale para quien renunció a ejercer su liderazgo, postura que al parecer es la que mejor acomoda ahora a la mayoría de socios de la OEA.