En enero bajó la inflación anual a 5,3% (frente a enero 2011) luego de cerrar el año en 5.4%. Detrás de esa buena noticia, hay razones para preocuparse.
Baja la inflación en enero, porque el alza mensual de los alimentos (0,3%) fue mucho menor que en enero 2011 (1,3%). Es grato que no suban más los alimentos, aunque las amas de casa no le crean al INEC. Pero en términos macroeconómicos, el alza de los alimentos es poco importante. En nuestro país producimos prácticamente todos los alimentos básicos de la dieta (trigo, la principal excepción), y el precio de papas, arroz y tomates depende más de la cosecha que de otro factor. El clima influye mucho. Para los precios de los alimentos, si bien las políticas públicas cuentan, no son la influencia más importante.
Los precios de los alimentos suben poco, pero los otros precios suben igual o más que antes.
Lo que demandamos los consumidores son bienes que por lo general se pueden importar, o servicios, en cuya oferta el mundo exterior influye poco. Tanto en bienes como servicios, el aumento sostenido de costos, vía alzas salariales superiores a la inflación y a las mejoras en la productividad, tiende a empujar los precios al alza. Más relevante aún es la política de estimular la economía mediante el creciente gasto público. Parecería que el aumento del dinero que circula en la economía lleva a que la demanda de productos crezca más rápidamente que la posibilidad de ofrecerlos, con lo que suben los precios.
En servicios, en que la oferta nacional no puede complementarse con importaciones (irse a cortar el pelo a Bogotá, o tomar un taxi en Lima, no son alternativas), los prestadores, al tener más clientes (mientras el costo de su personal sube), elevan sus tarifas.
En enero, el precio de los servicios (“no transables”) subió 0,84%, frente a 0,63% en enero 2011. Hace un año, la inflación de los doce meses fue 3.25%. Hoy es 5.17%, casi dos puntos porcentuales más.
Mientras que siga habiendo alto gasto público, la tendencia continuará al alza de las tarifas de los servicios.
Con los productos de consumo, la inflación es más fácil de controlar, porque la oferta interna se complementa con importaciones.
Pero en su afán de cambiar los hábitos de los consumidores, el Gobierno subió de 2 a 5% el impuesto sobre los pagos por importaciones, elevando su costo.
Además, impone cuotas de importación. Al tener menos productos que ofertar a una clientela en auge, y necesitados de cubrir sus costos fijos vendiendo menos unidades, los comercios suben sus márgenes.
El Gobierno quiere nivelar los salarios subiendo los más bajos, dinamizar la economía vía gasto público y reducir las importaciones de bienes de consumo. Lo está logrando.
El costo es inflación, y lo pagamos todos.