'Importa el Ecuador'

Una vez más, como si de un rito democrático se tratara, entramos de lleno en un nuevo proceso electoral. Es un decir, pues los partidos y especialmente quien detenta el poder siempre está en campaña… No es casualidad que, en vísperas de dar el pistoletazo de salida, hubiera más de 3 000 denuncias de propaganda ilegal. Hasta el 23 de febrero estaremos sometidos a una auténtica lluvia de mensajes, promesas, eslóganes, carteles, marchas y tarimas… Como tantas veces, abundarán las palabras y las imágenes de los candidatos más que los programas de gobierno y de administración.

Socialmente, ya hemos integrado en nuestra conciencia que tal festín de palabras y promesas forma parte del sistema. Nos toca escucharlas y acogerlas como si de algo normal se tratara, sometidos como estamos a los dictados del mercadeo. Hoy, en Ecuador y en cualquier parte del mundo, las campañas son más un espectáculo.

Lo cierto es que la vida no se resuelve en un día, aunque sea de victoria, sino en un largo proceso de conciencia y de compromiso a favor del bien común. El país necesita algo más que infraestructuras… Necesita crecer en conciencia democrática y solidaria y comprometerse a favor de los más desposeídos. Para ello se necesita poner en juego alma, vida y corazón.

Hace pocos días le recordaba yo a una alta funcionaria del Estado, sensible e inteligente, que no era suficiente con construir más espacios físicos… Le insistía en que al corazón y a la conciencia sólo se llega a través del amor, de la ética o de la fe. Un proceso semejante necesita motivación, inspiración y experiencia de ser liberados de cuanto humanamente nos oprime. Un cambio en profundidad necesita este compromiso humanizador, capaz de hacernos morales, demócratas, humanos,… Se trata de hacer política más allá de los intereses de partido o de troncha, política con mayúsculas. Semejante tarea no es potestativa sólo de los funcionarios de turno, sino de aquellos que, de hecho, pueden llegar al corazón del hombre: sacerdotes, psicólogos, trabajadores sociales, profesores,… Un Estado laico moderno, integrador y democrático, no puede prescindir de nadie que haga semejante aporte. En lo que me toca más directamente, tengo que decir que privando a cárceles, hospitales y cuarteles de capellanes y agentes de pastoral, la vida de la comunidad se empobrece y deshumaniza. Algún día, por necesidad moral, los capellanes volverán.

Hoy, el gran interrogante es quién gobernará. Lo importante no es eso, sino qué modelo de sociedad, valores y prioridades van a definir nuestra vida en los próximos años. Los candidatos al poder y a ejercer la administración no deberían de olvidar que su gran tarea, más allá del bienestar material traducido en obras y servicios, es generar una esperanza tal que haga de nuestra gente y de nuestro país una sociedad infinitamente mejor, incluyente, equitativa y humana. Y eso significa tomar partido por el país antes que por la propia troncha. Recuérdenlo.

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