A fines del siglo XIX la modernidad urbana se empezó a manifestar de las maneras más diversas. Se construyeron monumentos públicos que celebraban la labor de héroes civiles; se crearon espacios virtuosos para el ocio de la burguesía como los teatros; o se adecentaron las plazas, a algunas se les convirtió en conmemorativas. Registrar estos cambios para mostrarlos allende las fronteras y los mares, era crucial. Para ello la fotografía urbana y documental –la herramienta moderna por excelencia- asistió en la demanda. Muchas fotos se transformaron en postales, algunas pintadas o iluminadas; otras ilustraron las primeras monografías de cantones y ciudades, también lo hicieron en revistas y periódicos. Lo cierto es que la imagen de la ciudad en cuestión se iba construyendo por el ojo de quien la miraba a través de la lente fotográfica. Así sucedió con uno de los más destacados fotógrafos de la época, José Domingo Laso, cuya obra es presentada por primera vez en la exposición La huella invertida, en el Museo de la Ciudad de Quito.
Esta exposición, bellamente montada, es producto de 8 años de investigación del curador Coco Laso, bisnieto del artista. Como todo proyecto, este nace como una búsqueda de la identidad familiar y para profundizar en un personaje y una obra que eran revisitados constantemente. José Domingo se convierte prácticamente en el fotógrafo oficial de la ciudad, de una arquitectura que la elonga para hacerla ver más moderna y esbelta, de una arquitectura nueva (aunque también colonial) que requiere ser promovida. Laso es también impresor, entrenado en el taller de los salesianos, publica una que otra obra; y le publican, sobre todo el famoso ‘Quito a la vista’ (1910) en la que aparecen fotos que luego sabremos, han literalmente “borrado” la presencia de indígenas en sus calles. En otra foto suelta vemos otra manipulación de la imagen, una india es suplantada por una dama pintada, vestida vaporosamente de blanco y que lleva un sombrero de ala ancha. Estas se convertían en imágenes deseadas por la burguesía, un Quito ascéptico, “higienizado” y apartado de una población de servicio.
Sin embargo, la exposición muestra otra cara de la moneda, decenas de fotografías de indígenas: barrenderos, cantantes, locos, mendigos, desfilan por su elegante estudio con variados telones de fondo. Acá parece acelerar una mirada más bien etnográfica al parecer animada por Jacinto Jijón y Caamaño quien le encarga un álbum de “tipos”. Y quizás esta sea la sala más potente y conmovedora. El museólogo/museógrafo amplía e ilumina la imagen de varios indios e indias semidesnudos, en la misma postura, con la misma tristeza profunda de seres que han sido literalmente despojados de su propio ser y a los que ahora podemos mirar de otro modo.