Con enorme interés asistí a la conferencia de Hillary en el Centro Cultural Metropolitano. La figura política de Clinton es tan destacada que su mensaje, suponía yo, iba a tener ideas novedosas y propuestas trascendentes que signifiquen un paso hacia una nueva política de relación exterior con nuestra región. También entendía que el discurso de la Secretaria de Estado de EE.UU. no estaba dirigido a los ecuatorianos, sino que aprovechaba su presencia en uno de los países del Alba para lanzar una propuesta válida para todos los países latinoamericanos ya sea que comulguen con el Neoliberalismo o que prediquen los principios del Socialismo del Siglo XXI.
Por todo ello la espera de 100 minutos para que apareciera en escena, no me pareció sacrificio alguno. Sin duda me causó una muy grata impresión su elegante presencia, el dominio de escena y la facilidad de palabra. Pero me quedó debiendo en el contenido del discurso.
Reconoció que la relación de los Estados Unidos con Latinoamérica se ha caracterizado por los desencuentros, pero que eso es el pasado, sobre el que nadie ahora tiene influencia. Dijo que este es un momento de oportunidades y de paradojas y que ella invitaba a que aprovechemos las oportunidades. Luego hizo un largo relato de lugares comunes referidos al desarrollo, comentando lo importante que es la educación, el pago de los impuestos, el crédito para las mujeres y la responsabilidad social de las empresas. Y hasta allí llegó la intervención.
Sinceramente me quedé defraudado. Yo esperaba que una mente tan brillante como la de Hillary Clinton, que ocupa el cargo más importante en el Gabinete de Obama y que ha sido Primera Dama, Senadora, Candidata Presidencial, tenga algo más que decir cuando se refiere a los vecinos más próximos.
Me quedó debiendo cuando no mencionó nada sobre la colaboración para reducir el calentamiento global y la protección de la biodiversidad. Me quedó debiendo cuando no trató el tema grave de que los países latinoamericanos estamos sujetos a una creciente inseguridad y violencia por el avance desmesurado del narcotráfico, producto de la abominable demanda de drogas generado por los consumidores norteamericanos y no dijo nada sobre cómo asegurar una vida digna a los migrantes que viven varias décadas en los Estados Unidos y siguen indocumentados.
Fue sin duda un consuelo conocer que este puede ser el inicio de unas nuevas relaciones entre Latinoamérica y los EE.UU. De la negación total en la época de Bush a este cobrar de conciencia, hay sin duda un paso importante, pero definitivamente insuficiente. El liderazgo que marca EE.UU. demanda una mayor responsabilidad hemisférica. Nunca noté que sumía esa responsabilidad. ¡Nos lo quedó debiendo!