Óscar Collazos
El Tiempo, Colombia, GDA
No ha habido en la historia reciente de la política europea una caída más estrepitosa que la de Jordi Pujol, president del gobierno autonómico de Catalunya durante 23 años sucesivos. Fue el ícono de la centroderecha empresarial y el único dirigente catalán que mantuvo a sus rivales socialistas confinados en su feudo del Ayuntamiento de Barcelona.
Al final de su carrera, con hijos que le seguían los pasos y esperaban recoger su herencia política (la “herencia” económica ya estaba siendo eficientemente administrada por el clan Pujol-Ferrusola), Pujol confesó que había mantenido en Andorra cuentas bancarias cuyo monto se desconoce, escondidas durante 34 años.
El monto de esta fortuna familiar provendría de la herencia de su padre, el también banquero Florenci Pujol, a quien se señalaba, desde 1959, como evasor de impuestos. Esto no impidió que se hiciera con la Banca Catalana, cuyas riendas manejó el hijo hasta que se dedicó a la política. Sigue siendo en todo caso un enigma el porqué de esta confesión.
Se esperaba la apertura del Instituto de Estudios que llevaría su nombre, consagrado entre otros temas a la ética. El escándalo llega en un momento en que las corrientes nacionalistas de derecha y centro, de las que Pujol ha sido el imán más poderoso, empezaron a encontrarse con las corrientes independentistas más radicales.
El político más europeo de la Catalunya moderna podía haberse ido a la tumba con los máximos honores y sin la vergüenza de haber burlado las leyes, pero un dispositivo moral o político se disparó de repente. Podía haber pasado el resto de su vida sin hacer el daño que hace su confesión a los sectores independentistas del president Artur Mas y a la derecha nacionalista.
Hipótesis 1: como buen católico, Pujol sufrió una agónica crisis de conciencia; hipótesis 2: sospechó que le seguían los pasos hasta su caleta andorrana y, como viejo banquero, hizo su última apuesta en la bolsa de valores morales: sacarse del sombrero un posible atenuante del delito de evasión.
Sin el reinado de Pujol en casi 4 décadas, el independentismo de izquierdas no se habría fortalecido con el nacionalismo de derechas, eficiente instrumento de presión y negociación de Catalunya con el Estado español.Su confesión llega como potentechorros de agua a la caldera del separatismo.
La caída del antes intachable Pujol en la vergüenza pública podría recordar el cuento de Borges Tema del traidor y del héroe. Pero hay una diferencia: los nacionalistas que lo elevaron al pedestal de héroe no podrán silenciar “la traición” de su héroe en beneficio de la causa nacional porque el héroe aceptó su condición de villano.Pujol gobernó con estilo caudillista en una Catalunya próspera que había hecho su prosperidad de posguerra con mano de obra del sur andaluz y murciano. Ahora se sabe que el edificio que ocupó durante 23 años en la plaza de Sant Jaume tenía pasadizos que comunicaban con el paraíso fiscal de Andorra. Esta es la novela ejemplarizante sobre el esplendor y caída de Jordi Pujol.