A lo largo de los tiempos, lo que los hombres entendemos como paz ha cambiado. Los estudiosos, decenas de universidades en el mundo y la Unesco, desde fines del siglo XX, sostienen que “la paz es una cultura” o un estado de la cultura. La paz está siempre en proceso de conformarse y que ella, y esto es lo fundamental, debe entenderse como el principal objetivo integrador de la sociedad. La paz como una forma de vida. A esto se debe que en tiempos recientes, en distintos países, se estén adelantando programas sociales que promueven la cultura de paz.
En el Proyecto de Declaración Sobre el Derecho del Ser Humano a la Paz (Unesco en 1997), se nos advierte que detrás de cada estrategia política hay un modelo cultural en juego. Y que entre los distintos modelos culturales del poder están los que buscan integrar a la sociedad y los que buscan dividir entre las distintas comunidades y sectores sociales. La paz no es posible si el modelo del poder no tiene carácter integrador. No puede haber paz donde el poder se dedica a resaltar las diferencias y a estimular la confrontación. La paz, y esto es esencial, es indivisible. No puede ser un objetivo parcial. No puede concebirse como un bien al que puede acceder una parte de la sociedad, mientras permanece negada al resto. Si no es una aspiración para el conjunto, su ruta será inviable. La paz ha de ser una meta y una conquista de la totalidad del conjunto social. . Basta con que un solo sector de la sociedad sea excluido para que la paz no sea tal.
La construcción de la paz en Venezuela, más allá de los conflictos reales causados por el pronunciado deterioro de las condiciones de vida, exigiría el reconocimiento de que amplios sectores del país -ahora en mayoría de acuerdo con las más recientes encuestas- tienen los mismos derechos, aun cuando no se afilien y rechacen el proyecto político que encabeza Nicolás Maduro. En consecuencia, primero tendría que ocurrir un cambio radical en el uso de la lengua infamante con que voceros del Régimen se refieren a sectores democráticos.
El abuso retórico del llamado a la paz; los actos culturales que mezclan loas a la figura de Chávez -promotor principal de la división social en Venezuela- con canciones de pésimo gusto, que entienden que la paz es igual a socialismo; las reuniones en las que se mezclan empresarios con supuestos representantes de la oposición a los que nadie ha elegido y que no se representan siquiera a ellos mismos; los discursos de Maduro en los que, en una misma intervención, habla de diálogo y de paz, al tiempo que vocifera insultos e inventa acusaciones estrambóticas, mientras uniformados y maleantes gasean y disparan a quienes protestan en las calles, no conduce a la paz.
Por supuesto que a nuestro país le hace falta avanzar hacia un ambiente de paz. Pero no puede ser la paz de los sepulcros. No puede ser una paz que el Régimen imponga haciendo un uso indiscriminado de la violencia y la represión. No puede ser una paz impuesta.