La obligación principal de un columnista es generar controversia. ¿De qué manera? Sometiendo a escrutinio las ideas que utiliza una sociedad para leer y entender la realidad que le rodea.
En el proceso de tensar la cuerda de los argumentos y de cuestionar nociones preestablecidas, el periodista de opinión se tiene que cuidar de dos vicios que podrían ensombrecer su razonamiento: el nihilismo y la militancia.
Es cierto que el columnista de opinión escribe siempre -o casi siempre- desde el inconformismo o la insatisfacción. Pero esas dos condiciones no deben dar pábulo para que en sus palabras sólo resuene un escepticismo impenitente. Para que sea fructífera, la polémica también debe ofrecer ideas que sean mejores a las que están siendo criticadas.
Por más noble que sea la causa -derrotar la pobreza, cuidar al medioambiente o eliminar el narcotráfico- el columnista no debería practicar la militancia, es decir dedicar su espacio a tratar única y exclusivamente un asunto determinado y forzar, desde allí, a que las cosas cambien, según su gusto.
Hacer aquello significaría convertir su columna en una trinchera con poco espacio para que transiten las ideas, en donde la confrontación verbal podría ser tan extrema que ocultaría los méritos de cualquier concepto vertido.
Las columnas de opinión deben ser, más bien, planos abiertos, sin paredes ni exclusas, donde se pongan en escena distintos temas de interés cotidiano, siempre desde la óptica de las ideas. Para que brillen esas ideas, el lenguaje debe ser limpio y claro. No simplón ni reduccionista, pero sí desprovisto de adornos excesivos.
La polémica debe servir para que las dudas se ahonden o desaparezcan. Si desparecen, en buena hora, porque aquello significará que se ha comenzado a formar una suerte de consenso entre el escritor y el lector.
Cuando la duda se ahonda, ese mismo lector demostrará, en cambio, su preocupación y molestia. Si es posible volver sobre los argumentos expuestos con una carga emocional menor, muchas veces se creará una complicidad irreductible entre el lector y quien opina, pues ambos compartirán una preocupación, aun cuando sus puntos de vista no lleguen a coincidir plenamente.
Opinar es, pues, una tarea estimulante. Pero también es una actividad ardua que conlleva grandes responsabilidades y exigencias. No todos y no siempre podemos cumplir con esos altos requisitos indispensables para comentar.
Quería compartir con uds. estos criterios para que puedan aquilatar el esfuerzo que se requiere para alimentar una polémica constructiva y para invitarle a que se una a ese esfuerzo. Por cómo hemos celebrado el Día Mundial de la Libertad de Expresión está claro que este tipo de controversia es más necesaria que nunca.