Con el aspecto de un apéndice que se desprendiera del bajo vientre de la costa asiática, la península de Corea “poéticamente es llamada como ‘País de la montaña en calma’ según los dialectos de la región” (Grimberg).
Pero no hay que engañarse por la lírica metáfora, ya que realmente se trata de un territorio de intensa turbulencia y donde estuvo más próxima la Guerra Fría de los años cincuenta, de convertirse en cálido y apocalíptico holocausto generalizado.
Y por cierto estas semanas cuando se ha renovado la agresiva hostilidad, un escalofrío ha recorrido por los pasillos de las cancillerías de muchas naciones, puesto que al menos uno de los contendientes dispone de armas cargadas con ominosas cabezas nucleares.
Trágicamente la localización de Corea la predisponía para ser codiciada por las potencias, cualesquiera fuese su signo ideológico. Japón llegó primero a ese territorio pero, derrotado en 1945 después de las bombas atómicas, los vencedores declararon su interés por sendas zonas de influencia. Una línea imaginaria -el desde entonces famoso paralelo 38- las separó: el norte para los soviéticos y el sur para el sistema capitalista.
Pero de pronto, en los momentos más álgidos de la Guerra Fría, las tropas norcoreanas cruzaron el Paralelo 38, se apoderaron de la capital enemiga -Seoul- y avanzaron vertiginosamente hacia la costa meridional. El mítico general Douglas MacArthur quien ya había salvado a su país luego del ataque contra Pearl Harbor, reunió los contingentes estadounidenses que ‘ocupaban’ Japón y a los que se agregaron pequeños grupos de soldados de otros países de la ONU; tuvo que ejecutar prodigios de estrategia para contener a los norcoreanos y cambiar el curso de la guerra.
Casi llegó hasta la frontera de los invasores y la propia China – ya bajo el dominio comunista– y hasta se dijo que era partidario de lanzar la bomba atómica para detener la avalancha de chinos que, bajo el nombre de ‘voluntarios’, se acababan de alinear con los de Corea del Norte.
El presidente Truman, de EE.UU., no se atrevió a tanto y prefirió relevar a MacArthur de su mando castrense.
Desde entonces la guerra se estabilizó en Corea, mientras la ONU hacía gestiones por la paz. Ésta llegó finalmente en forma de un Armisticio firmado en Panmunjon, o sea el acuerdo de suspender el fuego entre los rivales, en julio de 1953, cuando ya el conflicto había provocado miles de víctimas en uno y otro bandos.
Y propiamente a partir de la fecha, la situación se ha conservado inalterable: Norocorea con graves carencias económicas pero un énfasis en el rearme, y Surcorea con libre mercado y desarrollo económico. Innumerables incidentes han marcado peligrosamente los años intermedios, hasta que la denuncia del hundimiento de una corbeta surcoreana ha vuelto a poner la situación al rojo vivo’