¿Qué tiene que ver el carnaval de Guaranda con la crisis de la Eurozona? Si leemos a Manuel Vicent, mucho, pues se trata de una disyuntiva histórica. En su delgada y estupenda columna del diario El País, bajo el título de Dilema, habla Vicent de las dos formas de entender la vida que hay desde hace siglos en Europa: la de los fríos, laboriosos y ahorradores protestantes del norte, contrapuesta al mundo católico que floreció a orillas del Mediterráneo, cálido, alegre y luminoso, donde se mata la tarde bajo una parra, bebiendo de una garrafa y batiendo palmas al son de una tarantela.
No hace falta que el escritor nos recuerde que al sur se hallan los países con problemas o quebrados: Italia, España y Portugal, junto a la dionisíaca Grecia, mientras arriba vigila la pálida Alemania que se resiste a pagar los platos rotos de la orgía de los Berlusconi y compañía. Como no podía ser de otra manera, frente al capitalismo sólido del norte, Vicent apuesta por la vida alegre, dejando claro que el dilema que divide a los europeos es ‘el mismo que se plantea en cualquier atraco a mano armada: la bolsa o la vida’.
Para salvar la bolsa, a los populismos derrochadores del Mediterráneo les aplican ahora las mismas medidas que el FMI nos recetaba a nosotros. Pero la semejanza tiene su explicación histórica. Cuando recorría el Ecuador investigando las fiestas populares, pude comprobar -sobre todo en la Sierra- que el santoral de los conquistadores se había impuesto sobre las fiestas indígenas, absorbiéndolas y reorientándolas. El asunto no se reducía a las celebraciones; era una visión distinta del tiempo, el dinero, la amistad, el pecado y su expiación. Era el ethos barroco de la Contrarreforma que se desarrolló en España e Italia y nos llegó durante la Colonia con su legión de santos y la manera de festejarlos como Dios mandaba. Y sigue mandando.
Si la figura del prioste que reparte dones es una metáfora del caudillismo andino, el Carnaval -de origen pagano- es la fiesta de las fiestas, época proclive a todos los excesos.
Se transgrede la jerarquía del poder con un rey de burlas, llá-mese Momo o Taita Carnaval; el agua invade y desnuda la inti-midad, tarea que el aguardiente completa al borrar las inhibiciones; el motepata, los chigüiles, el estallido de petardos y la música estridente, ese viento que huele a pólvora y fritada, todo embota los sentidos y estaría muy bien si durara tres días.
Pero como reza el dicho, “en Guaranda todo el año es Carnaval”, siendo Guaranda un símbo-lo del corazón barroco de todos nosotros.
Porque esa actitud despreocupada y farrista no es la excepción sino la regla. Solo se trata de aguantar el camello hasta el próximo santo o el próximo viernes para recuperar el estado de la verdadera vida.
¡Salud!