Plutarco cuenta la historia de Coroliano, un general romano que ganó ese apelativo tras tomar Corioles, una ciudad enemiga. Fue una victoria militar que le trajo tantas simpatías políticas que los patricios del Senado se propusieron nombrarle Cónsul de Roma.
Para recibir ese cargo, Cayo Marcio –así se llamaba Coroliano– debía observar un rito que él despreciaba: mostrar sus heridas de guerra en público y pedir con zalamerías el voto del Senado.
Coroliano creía que aquellos actos eran indignos. Por su condición de soldado -y no de político- desdeñaba los gestos ampulosos. Coroliano prefería hablar más con sus actos y menos con sus palabras, según dijo uno de sus oficiales.
Antes de la toma de Corioles, Cayo Marcio ya había mostrado su indisposición a la demagogia, pues contuvo a una turba que protestaba en Roma. En vez de aupar la revuelta, Coroliano increpó la actitud de aquellas personas acusándolas de ignorar los asuntos del Estado, de ser blandengues y dispuestos a cambiarse de bando en menos de lo que cantara un gallo…
Este gesto impopular hizo que los tribunos exiliaran a Coroliano e impidieran que asumiera el Consulado de Roma. Herido en su orgullo, Coroliano decidió tomar aquella ciudad con el apoyo de sus antiguos enemigos. A última hora, y por pedido expreso de su madre Veturia (Shakespeare la llama Volumnia), desistió de su intento y murió asesinado por quienes deseaban tomar la República romana.
La imagen de Coroliano –el antipopulista por excelencia– ha cobrado vigencia estos días en que hemos visto el colapso del chavismo y la derrota del kirchnerismo. Obligados por la grave situación de Venezuela y Argentina, los nuevos líderes de aquellos países deberán abandonar la demagogia para hablar a los electores ya no con palabras sino con políticas que serán inevitablemente impopulares.
Al igual que Coroliano, muchos de esos nuevos líderes latinoamericanos morirán –políticamente hablando, se entiende– tras adoptar aquellas medidas duras pero indispensables para arreglar el desastre que dejaron sus antecesores populistas.
¿Es la muerte política el destino inevitable de todos los corolianos de Latinoamérica? Maquiavelo dijo que la desaparición de este personaje fue necesaria para preservar la República romana. Acá en Ecuador también vamos a necesitar líderes dispuestos a asumir grandes costos políticos si de verdad desean resolver los graves desarreglos que enfrentamos y recuperar la democracia.
Bertold Brecht –el dramaturgo que se disfrazaba de pordiosero pero que poseía los automóviles más caros de su época– retrató a Coroliano como un proto-fascista. Ese es el gran riesgo de este tipo de personajes: ser tildados de injustos, cuando en verdad solo están dispuestos a asumir los desafíos que nadie más desea.