La segunda reelección fue el 17 de febrero del 2013. Rafael Correa cerró el espacio para una 2ª vuelta con Guillermo Lasso, y demostró que el ejercicio del poder, por seis años, es una fuente prodigiosa de propaganda para derrotar a cualquier candidato. Más aún, con el método D’Hont disminuyó numéricamente a los asambleístas de otras corrientes políticas. En la práctica se llevó 100 del total de 134 curules. Y el último evento fue la elección de alcaldes y prefectos en febrero del 2014, en el cual Alianza País perdió la de Quito y 12 alcaldías más, así como la estratégica Prefectura del Azuay.
Con esta derrota terminó el ciclo triunfalista y comenzó el descenso del apoyo popular. El efecto inmediato fue el cierre de todas las posibilidades para que el pueblo sea consultado en forma directa. El Régimen está presto a continuar los tres años que tuvo en su agenda para disfrutar del silencio electoral; esto es, un largo período de urnas cerradas por mil noventa y cinco días, del que todavía faltan 26 meses.
Aquel triunfalismo llevó una marca populista evidente, que además tiene la carga histórica de cuarenta años de velasquismo aunque discontinuada en el siglo XX, porque comenzó en 1932 y terminó en 1972. Esa euforia llevó a la Asamblea de Montecristi para elaborar y aprobar la Constitución que rige desde el 2008, la cual prohibió en forma clara y expresa una tercera reelección en el inc. 2º del art. 144, que ahora se anulará con un centenar de votos de Alianza País.
Se ha abierto el tiempo de “entretenimiento público” tan anhelado y previsto por tres años de silencio electoral para orientar a que todas las fuerzas se opongan a una presidencia vitalicia, y destinen su energía política en un arduo trabajo de recolección de un millón de firmas ciudadanas para convocar a referéndum, que podrían terminar estampadas en aquel muro inexpugnable que es el Consejo Nacional Electoral.
Agotado hasta diciembre-2014 con 16 enmiendas constitucionales, este festivo mes quiteño a medias, pero nacionalmente navideño y de fin de año, abriremos los años 2015 y 2016 con anunciados ciclos de crisis económicas agudas, cuya base está en un bajo precio del petróleo. Este elemento, trasladado al medio social, puede servir para que todas las fuerzas contrarias a Alianza País no desgasten sus energías políticas en los retos que propone enfrentar el poder absoluto, sino a un severo análisis de esa crisis, sin proponer ninguna candidatura presidencial; porque puede resultar abortiva dentro de un proceso, todavía largo para recorrer, hasta febrero del 2017. Un cambio idóneo podría ser el de consultas locales.
Otros campos evidentes de la crisis, serán el endeudamiento con el respaldo de nuestras reservas de oro, y el déficit de USD 9 000 millones todavía no cubiertos. Pero, en el fondo, están los rubros de subsidios encabezados por el de la pobreza y el precio del gas cercano al de un galón de agua, y de la gasolina.