No sabían hostia de derecho territorial ecuatoriano ni Eloy Alfaro, ni Mons. González Suárez, ni J. V. Trujillo, ni Parra Velasco, ni Honorato Vásquez, ni Luna Tobar y tampoco Durán Ballén. Tan es así que cuando a este último, como Presidente, en la Guerra del Cenepa se le ocurrió dar la orden de “Ni un paso atrás”, el Gral. Paco Moncayo lo cumplió al pie de la letra. La base de Tiwintza, la más atacada, y también las otras permanecieron en manos ecuatorianas.
Parecía que con el triunfo del Cenepa nos habíamos quitado el clavo del 41, y podíamos dormir en paz en la convicción de que con “el arma al brazo”, mensaje de Mons. González Suárez, habíamos hecho respetar nuestros derechos territoriales; es decir, el derecho que teníamos sobre aquellos territorios que aún nos quedaban luego de despojos que fueron sucediéndose uno tras otro, enredados siempre “en los hilos de la diplomacia”.
No sabíamos ni hostia de nuestros derechos territoriales.
Cuando las negociaciones previas a la suscripción del Tratado de Paz con el Perú, se les ve en una foto publicada en EL COMERCIO (ver hemeroteca) a dos de nuestros representantes sonrientes, eufóricos. A casi todos se nos vino la certeza de que el tratado de paz y límites que estaba por firmarse respondería en último término al derecho que teníamos sobre territorios en los que inclusive contábamos con núcleos de población civil. ¿Ni un paso atrás? Nos vimos empujados a retirarnos cientos de kilómetros. La base de Tiwintza pasó al Perú. Para afrenta de nuestros internacionalistas, un kilómetro cuadrado en el que estaba asentada la base permanecería como territorio ecuatoriano, al cual no se le puede ver ni en avión sin el permiso de las autoridades peruanas.
En aquellas negociaciones que nos conducirían a la paz, nadie pensó en una salida expedita al Amazonas por el Napo. La línea de frontera impuesta por el Perú, sin derecho alguno cruza aquel río, quiteño hasta no más, cuando no es navegable sino con canoas y lanchas. A ninguno de nuestros negociadores se le ocurrió mencionar, en los alegatos que debieron darse, que Rocafuerte fue un puertito ecuatoriano sobre el Napo cuando es plenamente navegable, en el que inclusive había una escuelita y se izaba nuestra bandera. Se logró, eso sí, que se nos permitiera tener, creo que en Iquitos, unos canchones de acopio de los productos ecuatorianos que se exportaban.
¡Sí! ¡Sí! La paz es un bien precioso. Hay que irla cultivando entre ecuatorianos y peruanos. Los biopatólogos lo hemos hecho. Al menos para mí, seguro que para los que quedan de mi generación, de lo que se trata es que haya justicia en este ‘mundo cane’. Una salida soberana al Pacífico es el empeño de Bolivia desde hace más de 100 años. Que nuestro viejo Rocafuerte sea un puerto franco, de autoridad binacional, debería ser el nuestro.