Lo vimos en junio, en Otavalo. Conversamos con él, de la vida. Tenía tiempo, y una sonrisa bailaba en sus ojos que alguien llamó tristes, aunque me parecieron llenos de alegre inteligencia. Uno de nuestros alumnos hizo su retrato y se lo entregó; quizás fue el último que alguien le hiciera, aunque ya no tenga sentido, eso de ‘primero’ o de ‘último’: Gelman está en el cielo de la poesía, al que Carrera Andrade destinó a su tímido hermano, el conejo de la vida perfecta, que esto es lo que importa… Se acabó para Gelman la búsqueda.
Como los poetas prevén su partida, dejan su palabra hasta el silencio en que todo termina; callaron Borges y Vallejo y Machado y Fernández, pero sus poemas sobre el irse están con nosotros, para que sepamos que las formas de quedarnos cada día son humo, paja, aire…, solo la poesía: ellos permanecen en ella.
En Internet, que sabe de poesía si sabemos buscar, se cuenta que Gelman entregó a Sabina un poema último. En él constataba: “Cada día / me acerco más a mi esqueleto / se está asomando con razón / … / él siempre preguntándome, sin ver / cómo era la dicha o la desdicha… / esqueleto saqueado, pronto / no estorbará tu vista ninguna veleidad”. Cómo se parece este último verso a la constatación tan pura de Machado: “Y cuando llegue el día del último vïaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. / Mucho antes, ya que la poesía se da también en el tiempo, Manrique contemplaba: “Las justas y los torneos, / paramentos, bordaduras / y cimeras, / ¿fueron sino devaneos?, / ¿qué fueron sino verduras / de las eras?”. Y Fernández, ante la muerte de su amigo Miguel Sijé, considera la vida que aún le queda, en ausencia de Miguel: “no hay extensión más grande que mi herida, / lloro mi desventura y sus conjuntos / y siento más tu muerte que mi vida “.
Vallejo previó: “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo / me moriré en París -y no me corro- / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”. Y se quedó en el otoño de París, porque ¿adónde iría que no encontrara el punto de partida? Se fue Gelman: ya Borges le había contado: “ver en la muerte el sueño, en el ocaso / un triste oro, tal es la poesía / que es inmortal y pobre. / La poesía / vuelve como la aurora y el ocaso”. Inmortal y pobre, como las piedras de Neruda.
Sonriamos con Alberti sabiendo cómo “se equivocó la paloma / se equivocaba / por ir al norte, fue al sur / creyó que el trigo / era agua / se equivocaba /. Creyó que el mar era el cielo; / que la noche, la mañana. / Se equivocaba”.
Como se equivoca la muerte cuando cree llevarse a los poetas. Y nosotros, y Gelman, que se fue sin irse, equivocado.