Quienes amamos el fútbol y en este mes nos escabullimos del mundo para mirar a retazos, de reojo o en total plenitud lo que más nos gusta, no dejamos de sentir conflicto por muchas cosas que suceden a su alrededor. Por ejemplo, quienes somos hinchas del campeonato nacional, tememos el destino que les espera a muchos de nuestros equipos luego de la cita mundialista debido a quiebra económica que afrontan y nos duele en los huesos la situación de cientos de futbolistas ecuatorianos que no cobran su suelo por semanas y meses. Muchos de nuestros ídolos locales y sus familias, literalmente, se mueren de hambre. Más allá de la farándula de nuestra Selección mundialista, la organización de muchos equipos del fútbol nacional se cae a pedazos y esa realidad nos estallará en la cara una vez que la tricolor regrese de Brasil despreciada, glorificada, endiosada o humillada, según sean sus resultados, y el telón de cierre en el Maracaná.
Pero nos genera conflicto, también, lo que en este Mundial se ha denunciado con mucha fuerza y es el abuso, injusticia y, al parecer, franca corrupción de la FIFA en la organización de los mundiales y su propia filosofía para administrar a escala mundial un deporte que es devoción de millones. La semana pasada, en la cadena HBO, el humorista británico John Oliver resumió en 13 segundos muchas de las acusaciones hechas a esta ONG global y el fraude del que son cómplices los países que son parte de ella y, peor, organizan mundiales de fútbol. Y ello, por el multimillonario negocio que está detrás, por las restricciones en la soberanía nacional que exige este organismo, por las denuncias de corrupción que irrumpen desde hace rato y que lo habrían llevado, en de sus últimas decisiones, a programar el Mundial de Fútbol de 2222 en Qatar, país de Oriente Medio cuyas temperaturas pueden llegar a 50 grados centígrados, siendo así imposible jugar fútbol, si no fuera por los millones que aquello generará. Con mucha agudeza, el humorista expresa su propio conflicto que es el de millones de nosotros. Amar algo que es administrado por una institución que lo ha transformado en un botín de dinero, poder e influencia; que trafica con nuestra pasión; que usa el talento, entrega física, inteligencia de jugadores, técnicos, directivos, periodistas honestos para consolidar un gran imperio mundial bajo el membrete de organización sin fines de lucro.
Oliver resuelve su conflicto diciendo que, a pesar de todo, la FIFA es el guardián de aquello que más ama y en el fondo termina aceptándola como necesaria. Discrepo de esa visión y creo que así como es posible creer en Dios sin pertenecer a ninguna iglesia, ser comunista desechando al partido de Stalin o de Mao, o ser liberal sin profesar el decálogo del Consenso de Washington, también es posible amar el fútbol detestando a la FIFA y soñando que algún día este pueda organizarse sin ella para que sea lo que ya es: un simple y hermoso juego de seres humanos, y no un épica comercial de dioses o de héroes.
@cmontufarm