‘Ni la derecha escuálida ni la CIA destruirán el sueño bolivariano. Fuerza Comandante Chávez’. La frase no pertenece a un entusiasta de última hora sino a una persona con larga trayectoria política y que seguramente leyó lo suficiente para saber que el sueño de Simón Bolívar tiene poco en común con el delirio chavista.
Pero, qué se le va a hacer, la frase suena bien y está a tono con una revolución proclive a abanderarse apasionadamente de causas como la ‘revolución’ venezolana, el modelo de gobierno de Moammar Gadafi o el derecho a la libertad de expresión del ciberpirata Julián Assange, lo cual en principio implica un espíritu abierto que en cambio se vuelve obtuso cuando se trata de la política local.
A la ministra Rosa Mireya Cárdenas, ex miembro del grupo subversivo Alfaro Vive, al igual que al Gobierno, le resulta más fácil rezar por la vida de Chávez -algo respetable, por cierto-, que entenderse del destino de los miembros de “Los 10 de Luluncoto” que (dos aún guardan prisión) son acusados de terrorismo.
Dentro de esa lógica, más de un revolucionario se ha declarado concernido personalmente con la suerte de Assange (aparte de que el Gobierno le dio asilo), pero nada le han importado los derechos de los periodistas que han debido dejar sus puestos de trabajo o, peor todavía, el país, o que son acosados y atacados por hacer su trabajo.
Ya quisiera un periodista de los medios privados tener las facilidades para conversar con el canciller Ricardo Patiño que ha tenido el periodista Patricio Mery, quien fue invitado, al igual que la madre de Assange y todos los que quieren aportar a la causa, para sustentar su delirante historia de un complot de la CIA para derrocar al presidente Rafael Correa, y de paso insinuar que el vergonzoso caso de la narcovalija forma parte de dicha trama.
La diplomacia chilena salió a aclarar en términos duros el tema, ante lo cual la Cancillería ecuatoriana ha guardado un nada usual silencio.
Vista de lejos, la actuación de estos militantes, más cercana a las pasiones que a la razón, pareciera estar movida por la fe. Precisamente, esa es la forma que toman la ideología y el fanatismo, y los conversos suelen ser los más severos.
Pero, vista de cerca, su religión ni siquiera es la ideología sino el poder, y la profesan ministros ex periodistas que reclamaron y usaron su derecho a la libertad de expresión y hoy claman por coartarla; ex servidores socialcristianos, roldosistas y mahuadistas que hoy se declaran soldados de la revolución; ex guerrilleros que desde sus escritorios apoyan que se persiga por subversión y terrorismo a los líderes sociales y a personas con las cuales incluso comparten las mismas idolatrías, pero que no tienen el poder de pontificar. Quizás solo las exigencias de su nueva religión explican tantas incoherencias.