Durante el último enlace sabatino, realizado en Limón Indanza, el presidente Correa debió haber pasado por un muy mal rato. En su siempre extensa rendición de cuentas semanal, al hacer una alabanza de la política de educación superior de su gobierno y en particular del sin duda positivo programa de becas de la Senescyt para jóvenes destacados a fin de que estudien en acreditadas universidades del exterior, resaltó y puso como ejemplo al primer estudiante de excelencia de Morona Santiago, que había regresado el año pasado, para demostrar a los asistentes y al país entero los beneficios del programa. Pero la cruda realidad socio económica por la que atraviesa el país, más aún entre los jóvenes, le jugó una inesperada y muy mala pasada.
Durante el evento y tras resaltar sus méritos, el joven, al ser indagado directamente por el propio Presidente de la República sobre su situación laboral una vez culminados sus estudios en Hidrología, en la Universidad de Boulder, Estados Unidos, este le respondió con honestidad que no había conseguido empleo a pesar de sus esfuerzos.
Que su aspiración de trabajar en el Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional no había sido factible en razón de que “el presupuesto no había sido aprobado” y que en esa institución “estaban bajos de recursos”. El presidente Correa, implacable y me imagino que incómodo, reprochó a René Ramírez, responsable de la Senescyt, sobre esta situación.
Traigo a colación este singular hecho para evidenciar cómo una excelente iniciativa, como la de financiar becas al exterior a jóvenes capaces y de escasos recursos, se viene abajo y se desperdicia por la crítica situación económica que atraviesa el país, y que, a su vez, impide incorporar al mercado laboral a ecuatorianos altamente calificados y preparados con recursos que aportamos todos los ecuatorianos. Todo ello por la escasez de puestos de trabajo. Se dispone ahora ya de talento humano a través de estudiantes que han regresado tras culminar sus estudios en el extranjero pero no tienen donde aplicar sus conocimientos y aportar al desarrollo del país. Es decir, la contracción económica reduce los puestos de trabajo al extremo que inclusive quienes tienen maestrías y doctorados no tienen acceso a ellos.
En otras palabras, que la política de educación, especialmente la superior, como política pública, debe ir de la mano de una política económica eficiente. Que no son compartimentos estancos sin vinculación una de otra. En caso contrario, el esfuerzo hecho no trae ningún beneficio y el destino de nuestros impuestos, que no del Gobierno, termina por ser desperdiciado. Y ese parece haber sido el caso del joven amazónico que sin quererlo le hizo pasar un muy mal rato al Presidente –y a René Ramírez-, el sábado pasado.