Las dramáticas palabras del coronel Chávez, recién reelecto presidente en Venezuela, en las que ha designado a su, hasta hace muy poco canciller Nicolás Maduro, como su sucesor, han puesto en vilo a algunos sectores de la política latinoamericana. Se quiera o no, con su particular personalidad, el Presidente venezolano ha tenido una importante influencia en la región. La noticia que por razones de salud estaría impedido de continuar al frente de la nación llanera no es un episodio que preocupa solo a sus allegados, sino a todos los que bajo su sombra pensaron que el camino trazado por el militar golpista no tenía regreso. Una jugada del destino le está devolviendo de lleno a su condición humana y esa aureola de imbatibilidad ante cualquier obstáculo, se derrumba. Y probablemente con él, fuera del mando, las cosas no serán las mismas como para tener garantizado el férreo control que con sus allegados ha ejercido en el poder. La historia se ha repetido a lo largo de décadas, en América Latina. Desaparecido el caudillo el proceso se viene abajo. Todo hace pensar que con nuevos actores se reeditará lo mismo.
La aparición de estos personajes, entre otras causas, es lo que ha maniatado la posibilidad de desarrollo de estos pueblos. Son incapaces de gobernarse a través de las instituciones y el Derecho. El caudillo mientras tiene apoyo pretende controlar, a veces con éxito, todos los poderes estatales. Su influencia se expande sin encontrar en la ley el límite. Su vocación no es respetar la norma y ponerse los frenos que establece la ley. Su apuesta, como en un discurso lo invocaba la Mandataria argentina, otro personaje que pertenece a este linaje, es “ ir por todo”. No se detienen frente a nada ni por nada. Su ambición los ofusca y el Estado de derecho se reemplaza por la voluntad omnímoda del mandamás.
Ante ese embate, la institucionalidad desaparece. Ganan los que se encuentran cercanos al líder o forman parte de su estructura de poder, pero en el mediano y largo plazos, con el debilitamiento del Estado de derecho, pierde la sociedad entera. Se desperdician años importantes en los que no se hace uso debido de las oportunidades. El bienestar pasajero obnubila y no se percibe que, mientras más tiempo se pierde en crear una estructura sólida, sostenible, que brinde confianza, la fragilidad y la incertidumbre están a la vuelta de la esquina con el riesgo que un soplido lo borre todo.
Venezuela se enfrenta a un dilema. El ansia de poder irresponsablemente llevó a ocultar las precarias condiciones de salud del gobernante para, a pocas semanas del sufragio, conocer que probablemente no estará en condiciones de ejercer a plenitud su mandato, aún en el escenario más favorable. Difícilmente, con su líder disminuido, el proyecto avanzará. La frágil condición humana se ha hecho presente para recordarnos que en este mundo la omnipotencia puede jugarnos una mala pasada.