Me ha conmovido la hermosa fotografía de Jorge Salvador Lara, publicada en EL COMERCIO del jueves, día 9 de febrero, con motivo de su muerte. El gigante sonreído, con ojos llenos de fuerza y dulce mirar, emerge entre sus libros y ancestros, afirmando, sobre todas las cosas, el valor de lo humano. Siento que el Ecuador se ha empobrecido, pero el cielo se ha ganado un gran hijo que, al fin y al cabo, eso es lo que somos. Los años convierten en nostalgia esta condición filial. Llega un momento en que ya solo queremos ser hijos mecidos por un amor paterno-materno que sea definitivo. Ojalá que esta nostalgia se convierta para todos en experiencia…”.
A pesar de que la muerte nos rodea y de que, con frecuencia, nos salpica de cerca, vivimos como si la muerte no existiera. Pareciera que sólo murieran los demás… Y es esta una de las tretas que nos permiten subsistir. Poco a poco nos vamos volviendo expertos ilusionistas, artistas del maquillaje.
¿Será suficiente? Yo creo que no. No quiero subsistir, acomodado a un plano e inocuo bienestar, simplemente entretenido. Quiero vivir con conciencia y con amor, vivir y amar responsablemente, pretender ser libre, aunque ello me cause algún que otro dolor de cabeza o de corazón. Por eso, me sumo con entusiasmo a la fe y a la confianza que Jorge transmite con su gesto y su mirada de viejo patrón de barco que sabe hacia donde va…
A los creyentes la muerte nos duele tanto como a cualquiera. Pasados los sesenta, me duele mi decadencia y la de aquellos a los que amo. Mentiría si no digo que me gusta vivir y que he aprendido a disfrutar de las cosas buenas de la vida. ¡Amo mis manos, mis ojos, mis oídos, a mis hermanos y amigos del alma! ¡Amo mi ministerio y su Fuente, hasta saciarme en las aguas del Amor Hermoso! ¡Amo las cosas pequeñas que, a la postre, son siempre las más grandes!
Pensando en ello, se me han hecho más transparentes las palabras de Martín Descalzo. Su miedo es mi miedo y su esperanza la mía. Me duele morirme, pero confío. Quizá porque, como el viejo poeta, también yo he aprendido a confiar; quizá porque he sido un privilegiado y llevo en el corazón la certeza de la presencia del Cristo. Mis ojos están llenos de luces, a veces tan tenues como las estrellas, pero fijas en el firmamento de mi ceguera. ¡Qué gozosas suenan hoy las palabras del poeta! Las transcribo pensando en Teresita, en su fe y en el silencio que hoy la rodea.
“Y entonces vio la luz. La luz que entraba / por todas las ventanas de su vida. / Vio que el dolor precipitó la huida / y entendió que la muerte ya no estaba. / Morir sólo es morir. Morir se acaba. / Morir es una hoguera fugitiva. / Es cruzar una puerta a la deriva / y encontrar lo que tanto se buscaba. / Acabar de llorar y hacer preguntas; / ver al Amor sin enigmas ni espejos; / descansar de vivir en la ternura, / tener la paz, la luz, la casa juntas / y hallar, dejando los dolores lejos, / la Noche-Luz tras tanta noche oscura”.
¡Feliz Pascua anticipada, viejo patrón!