La democracia moderna tiene dos caras: una redentora y otra pragmática. En la primera se confunde con valores utópicos, atados a la soberanía popular. En la segunda se identifica sobre todo con la efectividad del uso del poder. La una remite a sus visiones románticas; la otra, a sus instituciones.
Tomo la anterior descripción de un ensayo de Margaret Canovan, pues sirve para entender algunas de las complejidades de la campaña electoral que culminará este domingo.
Canovan advierte además que, aunque hasta cierto punto opuestas, esas dos caras de la democracia también se mezclan cuando no viven en permanente tensión. Pero se necesitan mutuamente. Su lado visionario no puede desprenderse de sus instituciones.
Su pragmatismo no está desprovisto de ideales: su “gran virtud” es ofrecer formas de resolver pacíficamente los conflictos sociales, ser “una alternativa a la guerra civil o a la opresión”.
La alternativa ofrecida ahora al electorado colombiano se asemeja cada vez más a las aparentes contraposiciones señaladas por Oakeshott y Canovan. Los colombianos decidirán “entre un líder y un gerente”, escribió Juanita León desde lasillavacía.com: el primero tendría una visión para transformar la sociedad, el segundo, capacidad para sacar adelante proyectos con éxito. Según Semana, Mockus puso “a soñar a la nación”, mientras Santos es un exponente de la “realpolitik”. En la conducción del Estado y la toma de decisiones públicas, Mockus actuaría por principios y Santos por pragmatismo, sugiere Álvaro Forero Tascón en El Espectador.
Confinar a Mockus a la utopía sería desconocer la efectividad gerencial de los ‘verdes’ en las administraciones de Bogotá y Medellín. Confinar a Santos al pragmatismo sería subvalorar el papel que sigue jugando el principio de la seguridad en los sueños de los colombianos. Sin embargo, el proselitismo -propio de toda contienda electoral- ha alimentado en parte tales caracterizaciones dicotómicas. Y en el debate de opinión, ambos han pasado a encarnar de manera simplista las dos caras de la democracia: el uno, la redención, y el otro, el pragmatismo.
La lección de Canovan es que la democracia necesita de ambas para su desarrollo. Importa apreciar el sentido de las observaciones de Oakeshott. Llevados a sus extremos, la fe y el escepticismo conducen, la una, a la abolición de la política misma, y el otro, al inmovilismo, a la falta de cambio. Para Oakeshott, entender esta complejidad sirve para buscar el punto medio entre tales opuestos. Y guiar el razonamiento político.
El Gobierno que surja y la oposición resultante deberán seguir sus nuevos rumbos alejados de los extremos destructores de la utopía y el pragmatismo.