Nuestros tiempos de campaña han puesto nuevamente de moda los sondeos. Ellos nunca desaparecen, ciertamente, porque el mercado suele nutrirse con ellos; pero los procesos políticos que preceden a un cambio de gobierno suelen despertar una verdadera fascinación por anticipar los resultados. Quienes la sufren configuran un segmento importante de la sociedad, que es el que hace acto de presencia en las reuniones y asambleas que se realizan con el objeto de conquistar el favor ciudadano.
Pero los sondeos son engañosos con absoluta independencia de la voluntad o de las intenciones de sus responsables. No se trata solo, como han dicho los expertos, del eventual servicio que las encuestadoras pueden prestar a las candidaturas que decidan contratarlas −si así ocurre. Es algo mucho más complejo y profundo que suele escapar al ojo de los llamados “analistas”.
Jean Baudrillard, considerado como el sociólogo por antonomasia de la era posmarxista, ha analizado el fenómeno de los sondeos en “Las estrategias fatales” (París, edición original, 1983), y aunque no estoy dispuesto a aceptar todas sus conclusiones, debo reconocer que no ha dejado de formular algunas observaciones penetrantes que merecen más de una reflexión acerca de la sociedad posmoderna.
“Por mucho que se les perfeccione –dice, por ejemplo−, los sondeos nunca representarán nada porque su regla de juego no es la representación.” Ingredientes indispensables de nuestra época de hiper-información, también los sondeos contribuyen a disolver la realidad social para reemplazarla con una “realidad virtual”, que ha abolido los infinitos matices del pensamiento y nos ofrece en su lugar una objetividad imaginaria en la que se disuelve todo objeto real.
No obstante, ese objeto imaginario es el que ejerce una extraña fascinación precisamente porque nos arranca de la realidad y nos transporta al mundo de nuestras ilusiones o temores. Hay un buen número de electores cuyas decisiones son a veces condicionadas por esa visión supuestamente objetiva de la realidad.
Quienes así lo hacen nunca sabrán que han decidido sobre la base de una representación que solo se representa a sí misma. Algo así como una pantalla que no pudiera mostrar nada más que la propia pantalla. “El cliché ideal que obtendríamos de lo social –vuelve a decir Baudrillard− equivaldría a absolvernos de su eventualidad dramática. Esta verdad significaría que lo social ha sido vencido por la técnica social.”
No estoy trasladando ningún problema al enrarecido ambiente de las teorías abstractas: existen ya numerosas experiencias concretas que demuestran la inutilidad de las encuestas y sondeos, cuyos resultados han sido largamente traicionados por los hechos. Es muy sintomático, sin embargo, que los devotos de las encuestas y sondeos vuelvan a buscar anhelantes las cifras que suelen ofrecernos, a veces para confirmarnos en las decisiones ya tomadas, y otras veces para consolarnos pensando que el negativo resultado que nos muestran no pasa de ser una ilusión.
ftinajero@elcomercio.org