Hace varios meses, una dama irrumpió abruptamente en un cónclave de la FEF y causó taquicardias y sofocos a varios congresistas que, entre aburridos y dormidos, levantaban la mano no tanto para aprobar o negar, como para constatar el tiempo de reclusión que les quedaba en la asamblea.
Algunos de los presentes aseguraron que la dama hizo su entrada al congreso flameando una banderita tricolor, tipo Vizuete, e iba ataviada con una minifalda celeste y pupera rojiblanca tan exiguas que todo lo demás era pura piel del país. La pobre tiritaba de frío y nervios, y de no ser por varios congresistas decididos que la arroparon con estatutos y reglamentos, quizá se habría muerto congelada en el acto. Pero la dama sobrevivió y logró poner bocabajo a la mayoría de asistentes con una propuesta tan fogosa que encendió todas las alarmas del edificio.
A los congresistas de la minoría, que irónicamente son los que tienen mayor encanto entre el público, la irrupción repentina de la dama les causó tal impacto que sus rostros transfiguraron colores que iban desde el blanco lívido hasta el azul cadavérico pasando por gamas monstruosas de amarillo hepático y rojo insolado. A decir de los presentes, las siguientes imágenes del congreso fueron caóticas: gritos, berrinches, aplausos, discusiones, algarabía, amenazas y clausura solemne con las sagradas notas del Sí se pudo.
Pero la cosa no iba a quedar solamente en una reyerta congresil, pues los minoritarios, repuestos del susto inicial, bien santiguados y asesorados, iniciaron varias acciones encaminadas a investigar el pedigrí de la misteriosa dama y cualquier devaneo amoroso en que ella hubiera incurrido desde el kínder hasta nuestros días. De este modo, los últimos meses se han librado algunas batallas para esclarecer tanto el pasado de la señorita como los derechos que, unos y otros, pretenden tener sobre ella.
A pesar de las órdenes judiciales restrictivas y de las escaramuzas que aún se libran en la ordinaria justicia, una tarde de noviembre, la dama vestida de canal estatal, volvió a aparecer en el congreso acompañada por un séquito de barras bravas capaces de intimidar al más valiente del equipo contrario. Y luciendo una falda larga, negra y de paño grueso, que no transparentaba de modo alguno los atributos que se adivinaban en su sinuosa figura, firmó el contrato de amor eterno.
Quienes se han rendido a los encantos de la referida dama y besan sus pies henchidos de amor, dicen que bajo sus faldas todo es aroma de rosas equinocciales, los otros en cambio aseguran que del paño negro se desprende un tufillo único a cosa pública, a señal borrosa, a efluvios de partido amistoso contra Trinidad y Tobago y a los comentarios sabios e hilarantes de un filósofo griego. ¿Qué mismo habrá bajo esas faldas?