Muchos piensan que el Ecuador cerrará el período político que abrió el correísmo, cuando aparezca un líder con similares características a Correa; no importa si de derecha o de izquierda, pero igual o parecido a él.
La idea se basa en la premisa de que el país solo es gobernable mediante un liderazgo fuerte con capacidad de imponer un solo punto de vista, una sola manera de hacer las cosas. El propio Simón Bolívar fue siempre partidario de un gobierno fuerte y en la tradición política ecuatoriana Velasco Ibarra preconizó un presidencialismo exacerbado como fórmula ideal de gobierno. Aquello lo encarnó García Moreno en el siglo XIX y Alfaro a principios del XX; y quiso ensayarlo Febres Cordero en los años ochenta y ahora lo simboliza Correa. La idea también se asienta en el entendido de que los principales cambios sociales y económicos del siglo pasado, en los años treinta, sesenta y setenta, ocurrieron en dictaduras militares, es decir, cuando se suspendió el curso de la política democrática y prevaleció el poder de los sables por sobre la voz de la sociedad. A nuestro país se le ha vendido la idea de que buen Gobierno es igual a mano fuerte y buen gobernante es aquel con rasgos autoritarios.
Esta falacia autoritaria es solo parcialmente cierta. La historia ecuatoriana y, de igual modo, la latinoamericana, está plagada de ejemplos que demuestran que muchos cambios significativos, que cambiaron el rumbo de nuestra historia, se hicieron en un clima de pluralismo político y a través del funcionamiento de instituciones democráticas. Dos momentos en la historia reciente del Ecuador lo demuestran plenamente. El período de estabilidad democrática que se abrió a fines de los años cuarenta y que se extendió por toda la década siguiente, en que el país vivió una de las fases de mayor transformación económica, social y demográfica de su historia; y el período de grandes cambios políticos, con la inclusión de importantes sectores de la sociedad como el movimiento indígena, en circunstancias de una grave crisis económica y deterioro estatal. Entonces, lo que debemos sacar como conclusión no es que solo con líderes autoritarios o manos duras nuestro país ha cambiado, sino que cuando se ejercitan mecanismos democráticos los ecuatorianos podemos generar períodos de crecimiento económico, cambio social e inclusión política mucho más profundos y perdurables que al calor de la demagogia autoritaria y la suspensión de las libertades y garantías ciudadanas.
La eficacia de los autoritarismos es más producto de la propaganda de los poderosos, que de resultados reales. Los líderes autoritarios adoran el adulo e invierten mucho para que la historia les dé la razón. Su método publicitario es personificar sus logros para así asegurarse un lugar en la historia. Los triunfos democráticos, en cambio, son logros de la sociedad o de colectivos sociales y pocos los reclaman. No se bañan de culto a la personalidad y por ello pueden pasar desapercibidos. Huelen más al esfuerzo y a la lucha cotidiana que a los óleos de la historia oficial.
@cmontufarm