Hemos olvidado ese texto fundamental para entender a la sociedad moderna que es “La Rebelión de las Masas”, escrito por José Ortega y Gasset en los años treinta. Ortega advirtió tempranamente, con la lucidez que le era propia, lo que serían las características del mundo moderno: invasión y dominio de las multitudes, masificación de la cultura, degeneración de la democracia, extinción de las elites dirigentes, crecimiento del autoritarismo, desaparición de la identidad individual y abdicación de las libertades.
En efecto, la sociedad de nuestro tiempo es una masa inorgánica en la que naufragan los valores y se disuelven las instituciones. La democracia, inventada para poblaciones mínimas, se volvió incongruente y debió asumir la presencia de multitudes comandadas por caudillos tras el poder, con la consiguiente ruptura de conceptos, como el de la elección racional de los gobernantes, y el nacimiento del populismo como respuesta a las nuevas realidades. Nociones como la legitimidad han quedado desbordadas. La idea del “pueblo” como entidad reflexiva, depositaria de la soberanía, debe replantearse, porque lo que tenemos son conglomerados de espectadores embelesados por la propaganda, y un universo creciente y ansioso de consumidores. No hay pueblo como realidad que responda al riguroso concepto que imaginaron los liberales del siglo XVIII.La ética, y el esforzado aparataje teórico -religioso o agnóstico- que la sustentaba es otra especie en extinción. Impera un pragmatismo que ha enterrado sentimientos como la vergüenza e ideales como la integridad. Los límites se han borrado y las libertades, que funcionaban en un sistema de elección entre derechos y responsabilidades, de pronto, se encuentran con que “todo vale.”
Si antes la sociedad generaba cultura, referentes y valores, hoy es todo lo contrario: es un hecho multitudinario, instantáneo y variable, sin más norte que la satisfacción inmediata de apetitos y modas, y que vive al día, anclada en la coyuntura.
La relectura de Ortega me hace pensar en que la intensa mudanza que han sufrido las sociedades, no tiene todavía una respuesta racional que reformule el pensamiento, replantee los sistemas políticos y la organización de las repúblicas; que piense a la cultura desde otra perspectiva; que mire a la persona enterrada en la masa y condicionada por ella, braceando para sobrevivir; que plantee a los derechos como núcleos de autonomía; que vuelva al individuo. Para debatir y entender esta realidad, es preciso tener intelectuales.
Lo grave es que el fenómeno del que se ocupa la “teoría de la multitud” los devoró. Los que sobreviven están en implícito ostracismo porque estorban con su persistencia crítica y su escepticismo, y los otros se acomodaron y andan especulando aún en torno al socialismo.