La ofensiva rebelde del Ejército de la Siria libre ha experimentado un singular crecimiento en estos días. Mientras las tropas leales al Gobierno atacan con una fuerza brutal a los alzados en armas en Homs, dos ciudades -Damasco, la capital, y Alepo, considerada capital económica- han sentido con fuerza la violencia en distintas formas: ataques revolucionarios y terroristas.
El presidente Bachal al Assad gobierna hace más de una década, fue elegido como candidato único heredando el poder de su padre y su régimen tiene todos los rasgos de las tiranías civiles que han dominado varios países de la zona.
Pero en Siria no solamente están en juego las fuerzas gubernamentales y opositoras. La geopolítica mundial cuenta. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no pudo aprobar la semana pasada una resolución de condena por el veto de China y Rusia, y eso dice mucho de los intereses de esas potencias en Siria. Esta semana la Asamblea General de la ONU, en nombre de la defensa de los Derechos Humanos, intentará un nuevo pronunciamiento.
La Liga Árabe, reunida ayer, se encuentra preocupada al punto de haber retirado a su observador luego de suspender las misiones y esperar nuevas resoluciones del Consejo de Cooperación del Golfo. Mientras varios países de Occidente han cerrado sus embajadas, otros países árabes han retirado diplomáticos y el Gobierno conmina a cerrar las legaciones de Túnez y Libia en Damasco.
En Siria están en juego poderes cruzados geopolíticos, civiles y religiosos fundamentalistas, incluso la mano tenebrosa de Al Qaeda con la declaración de Ayman Al Zawahiri (sucesor de Bin Laden) contra al Assad.
Una compleja vecindad revuelta y una tensión creciente entre Irán e Israel.