A pesar de experimentar recientemente una recuperación económica general, la eurozona se mantiene frágil e insegura frente al riesgo de otra crisis. Es que sigue siendo vulnerable a los ciclos asimétricos de auge y crisis.
Si bien todos los miembros de la eurozona se pueden beneficiar en los buenos tiempos, algunos sufren mucho más que otros durante las crisis. Esto significa que no importa dónde azote la crisis, los inversores conscientes de la seguridad se retirarán de los países fiscalmente débiles y se dirigirán a otros países fiscalmente fuertes que tengan una trayectoria comprobada en materia de generación de crecimiento económico.
Cuando el cálculo económico se revierte, es de esperar que experimentemos una sensación de déjà vu. El beneficio de un país conllevará la pérdida de otro, lo que minará la cooperación al interior de la eurozona y alimentará tensiones políticas. Los efectos probablemente resuenen en la política doméstica de cada país, consolidando las fuerzas que favorecen la desintegración.
Sin duda, las reformas que se implementaron en respuesta a la última crisis han mejorado la situación a nivel global; pero no han resuelto la asimetría fundamental de la eurozona. Las posiciones fiscales subyacentes todavía varían de un país a otro, a pesar de todos los esfuerzos por lograr una convergencia fiscal a través de reglas verticalistas.
Pero las reformas del sector financiero de Europa en los últimos años, si bien significativas, no han ofrecido una solución adecuada para el problema. La unión bancaria europea hoy en parte ha acallado a uno de los principales canales -los bancos domésticos- a través de los cuales se acumuló deuda pública durante la última crisis.
Se ha implementado una supervisión financiera de la UE, en lugar de dejarla en manos de las autoridades nacionales. Y los rescates de los gobiernos han sido reemplazados por recapitalizaciones internas de los acreedores, al menos cuando estas últimas no amenazan la estabilidad financiera. Pero nada de esto evitará la necesidad de rescates públicos cuando llegue la próxima crisis, por miedo de que el contagio financiero amplíe la reacción inicial del mercado.
Al mismo tiempo, las nuevas herramientas de gestión de crisis de Europa tienen limitaciones obvias. Con una capacidad de préstamos de apenas 500 000 millones de euros (535 000 millones de dólares), el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) probablemente no marque una gran diferencia en la próxima crisis.
Una opción alternativa sería activar el programa de “transacciones monetarias directas” del Banco Central Europeo, en el que el BCE compraría bonos de los estados miembros de la eurozona en mercados secundarios. Pero las TMD, anunciadas en septiembre de 2012 pero nunca aplicadas, serían políticamente difíciles de implementar.