El año 1999 se inició la existencia del euro como moneda oficial de un grupo de países de la Comunidad Económica Europea (CEE) que habían cumplido los requisitos para su adopción. Desde que los firmantes del Tratado de Roma de 1957 iniciaron su proceso de integración, se preocuparon por reducir las diferencias más relevantes entre sus economías. Sin embargo, las economías nacionales se mantuvieron diferentes en sus capacidades competitivas. Según el Índice de Competitividad Mundial 2011-2012, se diferencian claramente en la Eurozona dos grupos: los del norte, de más alta competitividad (Suecia, Finlandia, Alemania, Holanda y Dinamarca); y, los de más baja competitividad, relativa, (Irlanda, España, Italia, Portugal, Chipre y Grecia). La CEE tuvo un gran éxito en su integración económica y el incremento de su bienestar. Pero la adopción de la Eurozona, con una moneda común, acompañada de una política monetaria parcialmente común, pero con manejos fiscales distintos, estaba destinada al fracaso. El euro, que en octubre del 2000 valía USD0,825, llegó a valer USD1,60 en julio del 2008. Esa gigantesca apreciación de la moneda, en un lapso de menos de una década, la pudieron tolerar las economías más competitivas del norte, pero fue desastrosa para las menos competitivas.
Hoy, Europa entera está nuevamente en recesión por tercer trimestre consecutivo. El desempleo ha llegado a niveles insostenibles. Se impusieron programas de ‘ajuste’, recorte de gastos y subida de impuestos en todos los países más afectados, pensando que así se va a resolver el problema de fondo. Pero no, van a agravarlo. Esas economías ‘ajustadas’ van a ver destruidos su nivel de vida, su riqueza, su tejido social y su esperanza. Mientras las economías menos competitivas no logren nivelar su capacidad productiva con las del norte, no tengan una política fiscal y de endeudamiento común y sigan todas con un euro fuerte, como el actual, de alrededor de USD1,30, los ajustes sólo traerán una agu-dización del problema económico, con sus consecuencias sociales y políticas devastadoras, como lo estamos viendo en Grecia y en España. Pero la salida del euro de esos países traería también una situación de impredecibles consecuencias, principalmente en el corto plazo.
Lo más peligroso es que no se avizora una clara salida, ya que pueblos del sur de Europa atribuyen la crisis tanto a los socialistas como a la derecha. Frente a esta circunstancia, podría suceder que en el campo político esté abonándose el surgimiento de algún tipo de populismo que explote la angustia de los pueblos, como ya sucedió antes.
¿El Ecuador dolarizado, no tiene algunas lecciones que aprender de esta tragedia europea?