UNO: Maradona es un modelo de la estética populista. Empezó bien: su genialidad con el balón le permitió crear sobre el césped auténticas obras de artes. Todo lo que vino después fue un muestrario de degradación. Cocainómano, ególatra, machista, millonario con toques antiimperialistas y un Che tatuado en el brazo, ‘limitadito’ y con un enfoque primario de la política, hoy expresa su respaldo a la sangrienta tiranía venezolana, coincidiendo con Raúl Castro y la canciller verde-flex.
Educación francesa, equitación, escritura de poemas, nada de eso protegió a Espinosa del virus del populismo castrista. Pero a diferencia de Maradona, quien habla por su cuenta y riesgo, ella va en nombre del país a abrazarse con los dictadores venezolanos que agradecen al cielo la amenaza de invasión del imperio.
Lo curioso es que el engreído del Norte también llegó al poder con una campaña populista que exacerbó el odio social y hoy enriquece la estética que nos ocupa con su peinado estrafalario, sus twitters racistas y esa prepotencia de magnate gringo que amenaza desatar el holocausto nuclear desde su cancha de golf.
DOS: Decía Woody Allen que Norman Mailer, autor de grandes crónicas, novelas y ensayos, era tan narcisista que iba a legar su ego a la Universidad de Nueva York. Pero no le correspondió a Norman sino a Rafael llevar a la práctica tan esotérica idea. Al apuro, cuando el país ya estaba endeudado hasta las orejas por su culpa, no tuvo empacho en arañar medio millón más para que la historia del Museo de la Presidencia rematara en él, en sus regalos, medallas y fotos de sus 14 honoris causa.
Cuando un crítico de arte expuso en Facebook las fotos de esas vitrinas de relojería y adornos del peor gusto que habían sido entregados por Correa y Glas, el debate se movió entre la burla y la indignación dentro y fuera de la red, donde alguien opinó que deberían echar a la basura ese material.
TRES: Al contrario, pienso que este delirio narcisista puede ser la base de un Museo del Populismo, ampliado con una sala donde se pasen sin cesar los videos de Capaya y Pedro Delgado, las grabaciones del caso Odebrecht, las mejores sabatinas y la atosigante propaganda dirigida por los hermanos Alvarado que vendían maravillas de las refinerías de Esmeraldas y El Aromo y endiosaban a los líderes verde-flex.
Guardando las distancias, así como el Museo del Holocausto, de Buenos Aires, exhibe y analiza la propaganda nazi, acá se debe mostrar cómo se construyó al líder y se diseñó al enemigo y se fomentó el odio entre ecuatorianos, para que los visitantes aprendan lo que no se debe hacer. Y en la ficha de las chucherías recibidas por Glas hay que sumar, por ahora, los 17 millones que le regalaron al tío.
El museo incluirá fotos del espantoso mural populista que mandó pintar Galo Chiriboga en la Fiscalía, añadiendo junto a Febres Cordero los rostros de Correa, Pólit, Glas y los demás. ¿O no todavía?