Las frustradas expectativas en relación a la performance electoral de Pablo Iglesias y su fuerza “Podemos” en las recientes elecciones generales de España, dan cuenta de una nueva promesa electoral que no llega a plasmar en las urnas la ilusión de cambio insuflada durante la campaña. ¿Cuándo el electorado está en condiciones reales de tomar riesgos en pos de cambiar?
La experiencia histórica parece indicar que salvo en situaciones donde se toca verdaderamente fondo, el triunfo de las opciones renovadoras será siempre muy difícil. Sólo cuando las cosas van realmente muy mal, el cambio es percibido por el electorado como una “oportunidad”, como lo ha demostrado, por ejemplo, el caso de Alexis Tsipras y Syriza en Grecia.
A menudo, lo “nuevo”, en tanto desconocido e impredecible, provoca siempre más temor que esperanza. Si bien no debe en absoluto minimizarse la magnitud ni la legitimidad de fenómenos políticos y sociales como Podemos en España o el Movimiento “5 Stelle” en Italia o, en nuestro continente, los movimientos en torno a Antanas Mockus en Colombia o Marco Enríquez Ominami en Chile, lo cierto es que se trata de opciones electorales que no han logrado traducir en el voto ciudadano los vientos de cambio que le dieron nacimiento.
Mucho se ha escrito en la sociología electoral sobre la actitud conservadora de los votantes, propensión que no necesariamente tiene tanto que ver con las orientaciones ideológicas sino que es en cierta forma innata a la propia condición humana. Esta actitud más cercana a sostener el status quo refleja indudablemente un temor al cambio. Más aun también cuando algunas experiencias renovadoras –sin base partidaria ni historia política de referencia- fracasaron al momento de llevar adelante una gestión. Los “cambios” pequeños y progresivos resultarán siempre más tolerables que los grandes y bruscos. Además, toda apariencia de cierta continuidad, y por ende de estabilidad, será siempre valorada. Como se ha dicho, por lo general, el cambio está asociado al miedo. Y, en política, la apelación al miedo si bien es tan antigua como el hombre mismo, no por ello ha perdido su efectividad.
Vemos como en campañas a lo largo y lo ancho de todos los continentes, se siguen utilizando una y otra vez discursos y mensajes políticos y electorales con advertencias y amenazas, en ocasiones explicitas, otras veladas e implícitas, acerca de los males y consecuencias negativas que se derivarían del triunfo de tal o cual candidato.
Echar mano del recurso del temor al cambio, un tanque de la comunicación política, casi siempre vuelve desigual cualquier contienda: en el lado de “lo nuevo”, por ruidoso que sea, los soldados quedan armados sólo con balas de salva. A menudo, muchos se preguntan por qué se siguen utilizando estas herramientas en comunicación política. La respuesta, para muchos perturbadora, es pragmática y muy simple: por qué funcionan. Y ahí está el caso de Podemos.