La pregunta me la hizo un periodista desde Buenos Aires: “¿España está en crisis o ha fracasado?”. Duda malvada y con mala fe, pero legítima. Con un 25% de desempleados, que aumenta al 50 entre los jóvenes, un sistema financiero que requiere 125 000 millones de préstamos del Banco Central Europeo para no colapsar, y la desconfianza creciente de los mercados sobre si el país podrá afrontar sus deudas, es aceptable plantearse la cuestión: ¿crisis coyuntural o fracaso del modelo económico?
Por supuesto, es una crisis intensa, pero pasajera. España está entre las naciones más exitosas del planeta. En el Índice de Desarrollo Humano que publica anualmente la ONU ocupa el sitio 23 de un total de 187 países escrutados.
España tiene cientos de centros urbanos razonablemente equipados, y entre ellos cincuenta ciudades gratamente habitables, dotadas de excelentes sistemas de transporte público, magníficos centros sanitarios, escuelas, protección policiaca y un bajísimo índice de delincuencia. La calidad de vida en España atrae cada año a sesenta millones de turistas y a decenas de millares de europeos que deciden jubilarse en el sur de la Península o en Canarias.
¿Qué falla? Sin duda, y desde hace siglos, la creación sostenida de riqueza. España no ha sabido crear un tejido empresarial denso, sofisticado, innovador y competitivo, como Suecia, Japón, Holanda, Inglaterra, Francia o Estados Unidos.
¿Por qué es menos productiva? Probablemente, la respuesta está en una mezcla de factores culturales difíciles de ponderar. Por ejemplo, la meritocracia es débil. En España, pese a los discursos sobre la igualdad, bajo cuerda “el que tiene padrino se bautiza”.
Existe poca comunicación entre el mundo educativo y el productivo. La cultura española respeta más al que sabe que al que hace. Tampoco premia a quien arriesga, sino al que conserva. Por eso hay pocos emprendedores. En las encuestas, la inmensa mayoría prefiere un trabajo mediocre, pero seguro, preferiblemente del Estado, que aventurarse en innovadoras actividades económicas. (Una de las actitudes más perseguidas por la Inquisición era la “innovación”).
¿Se puede cambiar ese clima psicológico para dar paso a una sociedad más exitosa en el terreno económico? Sí, pero primero debe reconocerse el problema, y generar un sistema institucional y medidas de gobierno que incentiven en la dirección correcta.
Afortunadamente, algo muy importante comparten casi todos los españoles: están convencidos de que el alivio y la solución de los problemas está dentro de los márgenes de la democracia, el respeto a las libertades individuales y a la propiedad privada. No hay ambiente para aventuras caudillistas y autoritarias o para colectivismos trasnochados. Esas locuras están totalmente descartadas. La crisis, sin duda, es pasajera. No ha fracasado “el modelo”, sino la gerencia.